Por Max Rivera II
El Siglo de Torreón
TORREÓN, COAH.- El término en inglés es ?eye candy?. Se refiere a recursos destinados a impresionar la pupila del espectador sin la intención de ir más allá, de seguir la ruta del nervio óptico e incrustarse en la mente.
Tim Burton, el director de Charlie y La Fábrica de Chocolate, dista mucho de ser un mero fabricante de dulce visual. Es un autor que está a una obra maestra (ya lleva dos) de ganarse su nicho en el santoral del cine, y que de allí en adelante se llame a cualquier película que muestre influencia de su estilo ?Burtonesca?.
Las mejores cintas de Burton son platillos con gruesas rebanadas de carne bañadas con dulce deleite visual, sabrosas y con plena sustancia para digerir camino a casa. Como hígado cubierto de chocolate.
Por eso cuando se anunció que él sería el director de la nueva versión de Charlie y la Fabrica de Chocolate, parecía haberse creado la confitura perfecta. El libro del mismo nombre en que se basa la cinta, escrito por el galés Roald Dahl, es un clásico infantil anglosajón. Ya existe una adaptación para el cine realizada en 1971, protagonizada por Gene Wilder, de la cual hablaré más adelante.
El libro y las dos cintas tratan sobre un pequeño llamado Charlie, cuya virtud es tan extrema como su pobreza. En un milagroso golpe de suerte, el niño gana un boleto para visitar la mítica fábrica de chocolate de Willy Wonka, un excéntrico y auto recluido creador de dulces. La visita será realizada en compañía de su abuelo y otros cuatro niños con sus acompañantes adultos. El ambiguo Wonka, quién no ha sido visto en persona durante décadas, será el guía del recorrido.
La fábrica resulta ser un mundo alterno, caprichoso y retorcido como la mente de su creador. En el camino los niños irán mostrando sus defectos y serán eliminados uno a uno del tour, víctimas de sus propias debilidades. Todos excepto Charlie, que como ya dije, ha sido purificado por su pobreza de una manera que sólo se ve en las películas de Ismael Rodríguez y Pedro Infante.
La naturaleza Dantesca del relato no se deja ver con facilidad, pero es una perfecta escenificación de la visión primitiva del purgatorio, donde los pecados son castigados con un sadismo a la medida del pecador. Dahl, al igual que los hermanos Grimm, no se tienta el corazón para castigar con crueldad a sus personajes infantiles, y parece recomendar a los padres una necesaria vuelta a la pedagogía de la nalgada.
¿Y que es Wonka? El carácter ambiguo del fabricante de chocolates, sobretodo en su trato con los niños, es una compleja mezcla de condescendencia, repulsión, disgusto, hipocresía, cariño y esperanza.
Para entender a Wonka hace falta volver a Dante. La poesía en esta comedia queda a cargo de los empleados de la fábrica, los Ompaa Lompaas, que como minúsculos Virgilios comentan la acción con rimas y música. Su patrón, por otro lado, no parece un ángel caído, sino más bien un demonio ascendido.
De las dos cintas yo me quedo con la primera, que hace da la pobreza de su producción una virtud. Tanto en la cinta de 1971 como en ésta, los directores consideraron necesario hacer añadidos al libro. Burton incorporó una trama secundaria con la niñez de Wonka y la desaprobación de su padre dentista. En la versión con Wilder se agregó una intriga de espionaje industrial, en la que a Charlie le ofrecen dinero por robar una muestra de la fábrica.
La historia del padre no hace nada por el mensaje central de la historia, que es el de premiar la virtud y castigar el pecado. La prohibición de ingerir dulces en la tierna infancia de Willy hace muy poco para explicar su personalidad actual. Haría falta estirar a Freud como un chicle para tratar de justificar al freak en que se convirtió el dulcero.
En cambio la historia de la muestra robada sirvió para poner de manifiesto la honradez de Charlie. Hay una gran diferencia. Mientras un agregado distrae, el otro complementa. Aún así, esta versión de Burton es sumamente recomendable, tanto para los niños como para los papás. La riqueza visual es delirante y la importante moraleja de la historia sigue ahí.
Parece mentira que una cinta infantil nos lleve a los terrenos de Dante, el purgatorio, la virtud y el pecado. Pero así son las buenas historias, de una complejidad que afecta a niños y adultos, con un sabor perdurable y difícil de clasificar. Como el del chocolate.