Nadie debería sorprenderse del fracaso que ha tenido hasta el momento el registro para votar en 2006 de los mexicanos que radican en el exterior.
Cuando la nueva Ley se aprobó en este año hubo exceso de optimismo entre la clase política en una evidente campaña por magnificar el acuerdo entre los partidos, especialmente entre el PAN y el PRI.
Pero lamentablemente una vez más se les dio atole con el dedo a los mexicanos en el exterior. De nada valen los 15 mil millones de dólares que enviarán este año a México como tampoco los sacrificios que significaron para millones de mexicanos emigrar al extranjero ante la falta de oportunidades.
Pero los políticos mexicanos sí tomaron en cuenta la capacidad de influencia de los emigrantes y optaron por la simple fórmula de aprobar el voto en el extranjero con un reglamento por demás complejo y rebuscado.
La primera regla necia e inoperante fue condicionar el voto a los mexicanos que tengan credencial para votar del IFE. De entrada el número de posibles votantes se bajaría a la mitad si no es que menos, es decir de diez millones a poco más de cuatro millones.
Los mexicanos con doce o más años en el extranjero no pueden tener dicha credencial y muchos que emigraron después, la perdieron o simplemente la olvidaron en México a la hora de cruzar la frontera.
La segunda insensatez fue prohibir tajantemente el proselitismo político de los candidatos presidenciales y sus partidos. ¿Cómo sabrá un paisano de Chicago o Seattle por quién votar si no conoce a Felipe Calderón, Andrés Manuel López Obrador o Roberto Madrazo?
No se trataba que los aspirantes presidenciales realizaran campañas intensas en Estados Unidos y en otros países, sino simplemente asistieran ellos o sus representantes a las principales ciudades a presentarse ante el grueso de los connacionales.
El tercer gran traspié fue prohibir la publicidad en los medios de comunicación en el extranjero, incluyendo espectaculares, Internet y demás.
Ya es hora que los cerebros de la política electoral en México entiendan que las campañas publicitarias en elecciones sirven de información y en todo caso para reafirmar la intención del voto, pero no para manipular a los votantes.
En California, el gobernador Schwarzenegger realizó una intensa campaña por medios y en forma personal hasta el día de las elecciones, y perdió estrepitosamente en sus propuestas.
Los anuncios publicitarios no cambian el deseo de voto de los ciudadanos, pero sí son de gran valía para orientar a los indecisos.
Dicho de otra forma, los votantes de México y de cualquier otro país no son retrasados mentales, ellos piensan y deciden en base a infinidad de circunstancias y no por un anuncio o encuesta que vieron un día antes de la elección.
La cuarta tontería de los insignes legisladores fue aprobar un sistema de envío arcaico, poco confiable e ineficiente como es el correo postal mexicano.
Cualquier carta por correo de Estados Unidos a México tarda un mes en llegar a su destino y puede prolongarse a dos o tres meses si se atraviesa la temporada navideña como ocurrirá con el registro de los votantes.
Tan sencillo que hubiera sido permitir que los mexicanos en Estados Unidos votaran con la matrícula consular a través de los consulados y de módulos que fácilmente se hubieran instalado en instituciones como bancos, comercios y escuelas con alta densidad hispana que gustosas hubieran apoyado esta jornada cívica.
Tendremos que esperar a 2012 para ver cristalizada esta vieja demanda de nuestros paisanos que vivan en China o Alaska que son y serán mexicanos hasta el día de su muerte.
En 2006 seremos testigos de un rotundo fracaso de esta cruzada electoral y claro la culpa la tendrá la “apatía y falta de compromiso” de nuestros paisanos que una vez más serán denostados por los políticos que no quieren cambios de fondo en México.
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