En Nueva York hay porteros de varias categorías. Los hay de edificios de departamentos de lujo, que conocen vida y secretos de diplomáticos, millonarios y mujeres guapas.
Algunos compran el puesto a muy alto precio, porque las propinas que reciben les permiten recuperar pronto su inversión. Hay porteros de este tipo que se sienten tan importantes como un Lord de Inglaterra, porque sus uniformes están llenos de galones y botones brillantes, que parecen medallas ganadas en la guerra.
Los porteros de hotel son expertos en dar información turística, conocen bien su vecindario y pueden dar tips sobre espectáculos, venta de boletos y lugares interesantes dónde divertirse.
Estos porteros conocen la riqueza e importancia de un cliente por la clase de equipaje que usa, su ropa y las propinas que da. Y también por la clase de diversión en que se interesa.
En Nueva York hay 650 porteros de casas de departamentos de super lujo, y 435 de hoteles super caros. Sólo en el Waldorf Astoria hay 12.
También hay porteros sin puerta, que son vagabundos que ganan dinero abriendo las portezuelas de coches y taxis en la ópera, los teatros, fiestas y en salones donde se baila y cena.
Hay porteros auxiliares que alquilan uniforme y gorra. Se mantienen cerca de los grandes hoteles y trabajan de acuerdo con los porteros verdaderos. Estos no pueden comprometerse a ofrecer información sobre sitios donde se puede jugar póker, encontrar muchachas, o sitios de buena diversión.
Estos porteros auxiliares abundan cuando hay convenciones en los hoteles. Y cuando hay poco qué hacer recorren los bares repartiendo tarjetitas con la dirección de lugares de diversión discreta. En esto ganan un sueldo y una comisión cuando acompañan personalmente al cliente o clientes.
A la policía neoyorquina le gusta que llueva, porque hay menos violencia, robos y peleas callejeras. Con la lluvia aparecen también, salidos de quién sabe dónde, vendedores de paraguas, sombrillas e impermeables baratos.
Y también hay sonrisas en los rostros de los limpiadores de calzado, porque saben que tendrán clientes para limpiarse los zapatos cuando cese la lluvia.
A la compañía de luz también le gusta que llueva, porque los neoyorquinos consumen más electricidad, lo mismo que las lavanderías y tintorerías.
En días lluviosos aumenta el número de hombres leyendo el periódico en las salas de espera de los hoteles, inquietos o aburridos de no poder hacer nada, y los bares se ven más llenos que de costumbre.
En Nueva York hay personajes pintorescos y de toda clase: hay músicos callejeros y en las estaciones del Metro, hay mimos, hay hombres y mujeres escultura que adoptan una pose y se mantienen inmóviles varios minutos, hay violinistas, vendedores de flores y de castañas asadas, hay quienes se dedican a pasear perros cuyos dueños no tienen tiempo de hacerlo, hay otros que ayudan a cruzar la calle a viejitas o personas imposibilitadas y esperan una buena propina.
Todos estos personajes forman parte de la vida cotidiana de la Gran Ciudad, y son también un aspecto turístico pues los visitantes tienen que ver con ellos de alguna manera.
En las esquinas de mayor movimiento hay carritos en que venden hot dogs, hamburguesas, tazas de café, sándwiches y pastelillos. Últimamente han aparecido algunos que venden tamales y tacos.
Mientras la vida de la gran Urbe de Hierro bulle y se agita, hay gente que se detiene a comer algo ligero, a aplaudir a un violinista, o a comprar un cono de papel periódico co