MENTÓN, UN PARAÍSO EN LA COSTA AZUL
El hotel en Mentón estaba en una callecita angosta, y desde la terraza de mi cuarto alcanzaba a ver, por un lado, el Mediterráneo azul y lejano, y por el otro los techos de tejas rojas del poblado que se extendían allá abajo como un tablero de ajedrez.
El día era cálido y bajamos al comedor a buscar una bebida helada para encontrarnos que había huelga de meseros, así que caminamos hasta un bar cercano para tomar un par de Camparis en las rocas y saborear las aceitunas de la región, grandes y jugosas.
Mentón es una ciudad pequeña que forma una cadena con otras preciosas villas como Antibes, Cannes, Niza y St. Tropez en la parte francesa, y que se extiende hasta Ventimiglia, en Italia. Esta cadena de risueños pueblos está unida por una carretera que sigue la ruta de un viejo camino que trazaron las legiones romanas, y que a veces se asoma peligrosamente sobre los acantilados que dan al mar, y también por un ferrocarril que sube y baja el accidentado terreno.
En toda esa región la vida transcurre placenteramente, pero siempre animada por los enjambres de turistas que buscan divertirse a como de lugar, y por ello los bares, playas y restaurantes siempre están llenos, y todo el mundo ríe y se divierte. Nuestra estancia en la ciudad fue de sólo dos días y quisimos sacarle todo el jugo posible.
Unas calles abajo de nuestro hotel está el centro de la ciudad, llamado Vieille Ville (ciudad vieja), de callecitas estrechas y airosas. La iglesia St. Michel es imponente, estilo barroco, y a lo largo del Promenade du Soleil se extiende la playa pública, donde no se puede uno bañar porque está llena de piedras pequeñas y puntiagudas. Hay algunas playas privadas, cuidadas y limpias, pero los turistas no tienen acceso a ellas.
Digno de visitarse el Cementerio de Vieux Chateau, al que hay que subir por una empinada ladera. Pero el panorama que se domina desde allá arriba vale la pena. En ese lugar están las tumbas de irlandeses, norteamericanos, neozelandeses y soldados de otras nacionalidades muertos aquí en el siglo XIX.
En Mentón, cada año, a mediados de febrero y principios de marzo se celebra el Festival del Limón, pues en esta parte de la Costa Azul, además de las flores y los viñedos, los limoneros crecen y aroman toda la región. Producen en su mejor época unas frutas grandes, jugosas y no tan ácidas como podría esperarse. Este festival atrae turistas de toda Europa.
Nuestro guía se llamaba Gunther, era alemán y tenía una enorme capacidad para beber vino. Advirtió a los galanes del grupo que no se metieran con las muchachas nativas porque había turistas de sobra, especialmente las condescendientes escandinavas, que también querían divertirse como todos.
Así que en la primera oportunidad, los más decididos del grupo abordaron a unas chicas holandesas y suecas y las invitaron a recorrer la pequeña ciudad y algunos lugares pintorescos de la región, y ellas aceptaron de inmediato. El paseo los llevó por un vericueto de callecitas que subían, bajaban, reptaban, se quebraban y que al final conducían a un restaurant en lo alto de una colina donde estaban friendo pescado, que comieron con deleite, según nos contaron.
Las playas de Mentón no son para bañarse, sino para exhibirse. No hay arena en ellas sino piedras agudas que cortan los pies. Las aguas del Mediterráneo son frías y no se pueden dar en ellas sino uno o dos pasos tambaleantes cuando se abre un abismo insondable. Así que mientras algunos audaces nadaban en aquellas aguas peligrosas y otros veleaban o se esforzaban en barquitos de pedales o de velas latinas, nosotros extendimos gruesas esteras sobre las piedras y fingimos dormitar, cuando en realidad lo que hacíamos era contemplar los maravillosos cuerpos femeninos totalmente desnudos de varias muchachas tendidas al sol.
Las playas de Mentón, como las de todas las villas de la Costa Azul, son para practicar el nudismo, pero llega el momento en que uno se sorprende de que ya no causen el mayor interés los cuerpos desnudos que se ven a cada paso y en todas las poses imaginables.
El pescado del Mediterráneo es distinto al que yo haya comido en cualquier otra parte. Es más sólido, más duro, pez de roca. Tiene nombres difíciles de pronunciar y es ideal para hacer sopas que se pueden conservar hasta una semana en el refrigerador. Exquisitos, los productos del mar, como mejillones, almejas, ostras, grandes cangrejos y un platillo que se llama socca, que es una crepa hecha de harina de garbanzo, sola o rellena de calamares y pimientos rojos.
Los vinos de esta región de Francia son bastante secos y eso explica que el turista pague poco y se alegre pronto. Se necesita dinero, saber beber bien y una gran vitalidad para poder divertirse plenamente en Mentón o en las pequeñas villas que hay a lo largo de la costa escarpada, todas cautivadoras con sus casas pintadas de colores brillantes, hermosos jardines y abundancia de árboles de plátano, dátiles, peras y una diversa variedad de flores.
La animación principal está en sus cafés al aire libre y en sus bares con pequeñas mesas, donde se puede disfrutar de un aromático café o de una copa de buen coñac, mientras se contempla el movimiento de la gente ir y venir por plazas y calles estrechas, y en las tardes uno se extasía con unas maravillosas puestas de sol, que al parecer sólo se pueden admirar en esa parte del Mediterráneo.