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Crónica de Viaje

RICARDO RUBÍN

LISBOA, CIUDAD ANTIGUA Y BELLA

El olor característico de Lisboa es el de la sardina. No sólo se guisa en todas formas, sino que es casi el emblema nacional de Portugal porque la industria sardinera es la principal, la de los vinos la segunda, y la de los embutidos en lata la tercera.

La abundancia de mariscos es tanta que cuando se pide una copa en cualquier bar de la ciudad le sirven a uno enseguida un platito con calamares, pequeñas sardinas o caracoles.

El vino verde no es nativo de aquí, y no es verde como se cree. Es blanco y bastante fuerte.

La música que se escucha a toda hora es la del fado, triste y a veces monótona. El fado es como el tango, pura tristeza. Y así se canta y se baila. Las letras de los mejores fados hablan de amores no correspondidos, de engaños y de venganzas.

La mujer lusitana es alta, delgada, de pelo lago y de tez aceitunada. Las hay de ojos verdes, azules o negros. No viste bien, pero en playas y albercas revela que posee una de las mejore anatomías de la mujer europea.

Recorrer los viejos barrios de la antigua Lisboa es como vivir en el pasado. Uno camina por sus callejuelas y se admiran las casa altas, con terrazas, balcones adornados con flores y las azoteas de tejas rojas.

Las calles en la zona vieja de la ciudad son estrechas, serpenteantes, y se pierden arriba y abajo. Uno espera encontrar de pronto a un grupo de contrabandistas, de espías, o al propio James Bond.

A la gente lusitana le gusta andar fresca y cómoda. La escena común es la de un hombre en camiseta sentado en una fuente, o la de una mujer de edad mediana parada a media calle intercambiando chismes con dos o tres más. La gente habla a gritos y el portugués se escucha en todas las tonalidades. Uno no entiende el significado de las palabras pero queda atrapado en la música de su sonido.

Imposible de olvidar la Plaza de Camoens, que compite en belleza y amplitud con la de San Marcos, en Venecia, con la misma cantidad de palomas.

En Lisboa se dice que están los mejores sastres para hacer camias, y los encajes de Madeira sirven para hacer verdaderas obras de arte.

Para conocer esta ciudad hay dos medios recomendables de hacerlo; el Metro, que atraviesa la ciudad en todos sus sentidos y que permite descender en cualquier punto interesante, y andar a pie.

Caminar por la parte vieja de Lisboa es una experiencia única pero se necesitan zapatos cómodos y buenas piernas. Hay que subir, bajar, volver a subir y así arriba y abajo, pues sus calles son empedradas, curvean y se hacen un laberinto. Pero a cada paso el viajero encuentra sorpresas agradables y si se siente cansado siempre hay pequeños restaurantes o bares donde se puede pasar el resto del día en un ambiente jovial y amistoso.

Lisboa está rodeado de pequeños pueblos donde la vida es más tranquila y se puede vivir eternamente. Una cosa curiosa de esas ciudades es que las muchachas parece que están escondidas durante el día, pero en cualquier fiesta nocturna aparecen en abundancia y todas son encantadoras.

Para la juventud está de moda ?El Gallo de Oro?, que tiene lo último de las grandes discotecas. Para la gente sofisticada está el Casino del Estoril, a media hora de Lisboa, donde se puede jugar y hacer vida social y deportiva en sus playas y salones.

Imposible de olvidar la playa de Cascais, con sus casetas multicolores sobre la playa. Recomendable, para el visitante, hacer de Lisboa su centro de operaciones y desde allí viajar a Coimbra, Fátima y Nazaré, que son lugares muy interesantes.

Y no se olvide de disfrutar de otra delicia portuguesa: sus aceitunas rellenas. No las hay fuera de dicho país.

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