El Vaticano es depositario del más fantástico acervo de obras de arte de los últimos dos milenios y visitarlo es una experiencia fuera de serie. Es inevitable entornar los ojos y emitir largos ?ooooohhh? ante piezas de Miguel Ángel o Rafael, aunque pasado el tiempo pueden desarrollarse síntomas de saturación mental a causa de los millares de obras que caen como alud frente a los ojos: paredes decoradas, pisos exquisitos, libros, pinturas, esculturas, muebles, arte decorativo, tapices y kilómetros de techos pintados al fresco que pueden garantizar una duradera tortícolis a los amantes del arte sacro.
No es extraño que más de un turista de plano azote en el piso víctima de un exceso de información visual. No es broma, el shock cultural y la desorientación causada por imágenes o circunstancias ajenas a lo cotidiano es real y puede ser un serio problema que se manifiesta de muchas maneras, la más común en aquellas personas que encuentran el arte ?aburrido? o ?sin sentido? y terminan por considerarlo una pérdida de tiempo. En los grandes museos es normal ver caras largas de turistas que ven sin observar y fatigosamente recorren las salas de forma mecánica, incluso apática. Esto sucede cuando se lleva una vida visualmente rutinaria, es decir, se transita por el mundo recorriendo una y otra vez los lugares de costumbre (la casa, la oficina, la calle) sin prestar mayor atención a la inmensa complejidad y belleza que los ojos pueden percibir. Ante un panorama visualmente distinto se puede despertar el miedo (con la careta del hastío) o la fascinación.
La Iglesia Católica conoce esta circunstancia y desde sus primeros momentos encontró en la vista uno de los puntos clave para difundir la fe. Cuando los temerosos campesinos de la antigua Europa penetraban en las catedrales, se abría para ellos otro mundo de colores y brillos ajenos a su vida cotidiana. Era el reino de Dios: se veía, escuchaba e incluso olía como tal. Esta experiencia subsiste y aún es estremecedor asistir a ciertos templos (aquí cabe aclarar que no todo lo que brilla es oro, hay bellezas inenarrables y genuinas calamidades en lo que a monumentos religiosos se refiere). El Vaticano entendió que el lenguaje del arte es un factor fundamental para ganarse adeptos y dar cuerpo a ideas complejas y sensibles. La Biblia es una fuente excepcional de imágenes sobre el bien y el mal, colmada de santos, flagelos, monstruos, esperanzas, pesares y prodigios y durante siglos los artistas han sido seducidos por estos paisajes que han encendido su imaginación.
Cierto es que muchas de las imágenes sacras son de corte propagandístico pero hay verdaderos milagros artísticos que navegan entre el mármol, la tela, el metal y la piedra de los templos. A los creyentes no les vendría nada mal estudiar el arte sacro ya que puede ser fuente de gozo y punto de partida para reflexiones que enriquezcan su vida religiosa. Los no creyentes tampoco pueden vetarse el placer de acceder a las obras de artistas que a través de la narración bíblica nos han dejado imágenes inolvidables. Sea pues esta Semana Santa una oportunidad para hojear un buen libro o visitar un templo con la disposición para apreciar y observar la fe vuelta arte a través de la retina.
PARPADEO FINAL
Ya entrados en lecturas sobre arte sacro también se pueden dar una vueltecita por las publicaciones y sitios de Internet que reseñan la vida y obra de Karol Wojtyla. Sus adeptos y detractores sólo pueden coincidir en un punto: el hombre es fuera de serie. Fue una pieza clave en el cambio geopolítico de fines del siglo XX y supo vivir en el centro de acaloradas polémicas. Su vida es reflejo de las convulsiones y esperanzas de nuestro tiempo. Hoy leo que la salud lo abandona irremediablemente. Un gigante agoniza.
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