Poniéndonos etimológicos el asunto viene del griego pantos, todo y theos, dios, o sea que la palabra se refiere, ya sea al conjunto de todos los dioses o al templo en donde se les veneraba (aunque en nuestro país se remite triste y únicamente al botadero de huesos). Así pues, se puede uno referir al Panteón de los dioses, héroes, artistas o científicos y darle una connotación sagrada como un selecto lugar de reunión para las grandes almas. Para los aficionados al futbol, un buen Panteón debe contar con Pelé, Maradona, Van Basten y alguno que otro futbolista local de arraigo. Los músicos pueden imaginar una reunión de monstruos: Bach, Beethoven, Mozart, Jimi Hendrix. Entre los panteones privados destaca aquél que nos platicó Jaime Sabines presidido por su tía Chofi y su padre, el Mayor Juan, personajes indispensables para él y entrañables para sus lectores. A nivel personal, en mi panteón, conviven figuras disímbolas pero igualmente imprescindibles: por ahí rolan Luis Buñuel, Roberto Calasso y Jodorowsky. En una esquina está Erick Satie, tocando un piano de juguete mientras mi difunta abuela Delfina prepara enchiladas con queso para todos. En un panteón se pueden mezclar los muertos con los vivos, aunque si hablamos únicamente de figuras que han trascendido este mundo se pueden construir verdaderos templos de ilustres apellidos. Podemos mencionar, para abrir boca, a Paz, Revueltas y Rulfo (ahí nomás para que se arrodillen los escritores). Tamaulipas tiene ya una santísima trinidad en su panteón de genios: Cuco Sánchez, Rockdrigo Gonzáles y ahora Rigo Tovar. Cuco fue un gigante de la música vernácula, de esos elegidos a quienes les fue dado trascender en forma de dichos populares, refranes y sentencias: clamó a las piedras del campo, no fue monedita de oro ni se dignó a recoger aquella famosa chancla. Entre tequilas y desgarres cardiacos fue capaz de ponerse al tú por tú con José Alfredo Jiménez (nuestro peso pesado del azote y rencor al son del mariachi). Rockdrigo Gonzáles, el profeta del nopal, murió prematuramente y como buen rockero, víctima de un pasón de cemento (le cayó encima el multifamiliar Juárez en el sismo del 85). Trovador emigrado a la capital, enamorado de chilangolandia, le cantó a una ciudad que le dio inspiración y temas de sobra (recordemos rolas como Un Asalto Chido o la inmortal Metro Balderas), ciudad que eventualmente lo aplastaría como mosca de charco dejándolo como santo patrón del rock rupestre. Y qué se puede decir de Rigo? no hay mucho que agregar a todos los textos que ensalsan, analizan, disectan y vitorean al buen hombre de la cumbia de brinquito. Rigo demuestra el poder de la expresión viva, cruda y explosiva del pueblo. Es el ritmo contagioso que sale por debajo de la pirámide de los ingresos. Una extrañísima versión de Mesías ignorante y guapachoso, de mata y lente oscuro que resumió su apostolado en tres palabras que juntas, son un talismán de la raza (y que obligatoriamente van en mayúsculas) ?RIGO ES AMOR?. Tuvo canciones pésimas tanto como excepcionales joyas taladradas en la mente de los mexicanos. El mundo fue bueno cuando Rigo pegaba brinquitos entre los vivos. Su recuerdo ya es taco sabroso en el tianguis de la memoria. El panteón de los músicos se viste con papeles de colores y recio olor a loción sudada: el sirenito ha hecho su triunfal arribo.
PARPADEO FINAL
Ya me dijeron que mi teoría es bastante payasa pero tiendo a creer que se gesta un cataclismo anunciado por prodigios y tragedias. Ya le ganó la Selección Nacional a los gringos, muriose todito Rigo Tovar, ya tembló feo por Sumatra además de que se acercan desafueros y concertacesiones. ¡Son señales! El mundo está en peligro y lo peor es que el Peje lo quiere salvar: Rigo, intercede por nosotros.
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