Una sabrosa plática es medicina contra todos los males. Al verbo hay que aderezarlo con buena bebida y algo de botanita para estimular el ir y venir de las ideas en el vaivén de la amistad y el desvarío. Disfruto de las pláticas torcidas que terminan en teorías descabelladas pero seductoras. Sin embargo en este remanso de placer existen peligros y uno de ellos surge cuando los comensales con ánimo bizantino se ponen a discutir sobre qué es arte y que no lo es. A mí esa charla me enferma ya que como diría Descartes, ?la razón es el bien mejor distribuido, porque todo el mundo cree tenerla? y en esto de la cultura todo mundo se dice dueño de la clave del arte y se considera perfectamente capaz de proclamarse artista aún sin mayores argumentos. Por mi parte no me adhiero a la idea de un arte con A mayúscula y prefiero encontrar estímulos nuevos en el conjunto de todas las artes. En este sentido me emociona tanto un cuadro de Caravaggio como una película de Martin Scorsese. Atesoro en mi biblioteca a Italo Calvino y a don Inodoro Pereyra. Tarantino me cae gordo pero me inclino ante los filmes animados de Miyazaki. He memorizado poemas medievales y coplas albureras. Disfruto de Tarkovsky y también me emociono con The Matrix. En resumen, en el arte y en la comida a todo le entro, del caviar más selecto al taco placero. Soy un tragón cultural. Gusto de todos los productos del ingenio humano. Y en ese rubro cuento una afición que a veces tiende a ser una obsesión: los videojuegos. Largas horas de mi vida se han escurrido frente a la computadora jugando con verdaderas obras de arte digitales como Starcraft o Medal of Honor, sin olvidar las palomitas para el cerebro como el simulador de futbol de FIFA. Cien años atrás el cine era un entretenimiento de feria y pocos lo tomaban en serio. Hace veinticinco años sucedía lo mismo con los videojuegos. Pero la técnica avanza, hoy el cine es un arte bien establecido y la industria de los juegos tiene un crecimiento gigantesco. Varios directores de cine, músicos y artistas se involucran en el diseño de nuevos títulos que acaparan por completo la atención de los usuarios. No falta mucho para que dentro de esta industria se empiecen a dar los grandes nombres, los Buñuel y Picassos de los juegos, aquéllos que logren involucrar la mente y el espíritu de los espectadores en escenarios y situaciones que rebasan la contemplación pasiva del cine y requieran de una participación activa y total de los jugadores.
Las perspectivas de los videojuegos son tan abrumadoras y tan vastas que resultan peligrosas. Algo me parece cierto: el futuro del arte como experiencia totalizadora está en el desarrollo de estas tecnologías. No me parece útil saber si los juegos de video son arte o no, su potencial es innegable. Y al final de cuentas resulta necio preguntarse si aquellas cosas que logran modificar nuestra vida son arte o no lo son. Me quedo con las emociones del momento, con su eco duradero dentro del alma. Y en este desfile de ecos están varios poemas, libros, pinturas, películas, largas conversaciones y varias noches enteras jugando frente al monitor de mi computadora.
PARPADEO FINAL
Y bueno, insisto, hay que entrarle a todo. El Internet es una joya que permite descubrir los rincones donde se esconden los bichos más raros y surrealistas. Hace un par de horas descargué algo de música del maestro Tiny Tim, abigarrado personaje que cantaba rolas antiguas al compás de un ukelele, mismo que recomiendo muy ampliamente. Ah, el arte, fábrica de monstruos, prodigios y gloriosas escorias. Al menos uno no se aburre.
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