Me encanta escuchar a los artistas visuales cuando desgranan su alma definiendo qué es la pintura y buscan por todos los medios demostrar cómo el arte de embarrar pigmento es una emanación directa de las mareas del alma. Cuando preguntaron a Diego Rivera cuál era su definición de cuadro, el maestro respondió ?una superficie plana cubierta de colores que determinan formas?, así de simple. Por su parte, en el diccionario del diablo, Ambrose Bierce define la pintura como el ?arte de proteger de la intemperie superficies planas y de exponerlas a los críticos?, severo, sí, pero bastante cierto.
La buena pintura -suponiendo que ésta se pudiera definir claramente- tiene mucho de verdad y roza a la poesía para convertirse en arte. Y fíjense nomás cómo en un renglón se pueden zambutir a la brava tantas palabras bonitas: ?verdad, poesía, arte?. Irrefutables todas ellas, misteriosas e indefinibles también. Y digo, ponerlas en una sola línea, Dios me perdone. Entrar a la pintura, como a cualquier otra de las artes requiere disciplina, vocación, pero sobre todo cautela. ?El que habla no sabe, el que sabe no habla?, reza el viejo refrán. Y aplica con creces a las artes, área del conocimiento donde muchos gustan de construirse pedestales. Aquél que pasea con aires de gran pintor, aquel otro que transita frenético con la pinta del gran provocador, por ahí el infaltable artista atormentado, todos ellos ostentan máscaras que seducen y anuncian ?soy artista?. En este punto preciso es donde recomiendo un ojo sagaz, objetivo, frío. Son celadas que más vale evitar.
El artista que habla debe ser escuchado con cautela, pues por encima de sus palabras debe estar su obra. Desconfíen de las explicaciones largas, de los argumentos sentimentales o culteranos, de las propuestas universales, de la timidez o la soltura escenificadas. Desconfíen, tropiecen y encuentren. Para no meterme en más embrollos resumiría diciendo que el paladar para las artes se desarrolla lentamente y lo evidente no siempre es lo mejor. Es necesario probar, qué digo probar, catar, saborear, discernir y así, poco a poco, sacar la paja y recuperar las agujas (las preciosas agujas). Torreón, al igual que muchas otras ciudades es hogar de la chapuza y la verdad, donde conviven timadores y excepcionales creadores. Pero hoy la ciudad se bambolea entre las zetas y las emes, entre los azules y los tricolores. ¿Quién le conviene más a la comunidad artística de esta tribulada Comarca? ¿Eduardo Olmos o José Ángel Pérez? ¿Los artistas queremos de vuelta al Sr. González Domene como jefe cultural? ¿Qué propuestas hay para el desarrollo cultural de la región? Y aquí me planteo una pregunta fundamental ¿qué tienen que ver Olmos y Pérez con el tema del que estaba hablando, es decir, con el arte y la buena pintura? La respondo: nada.
Si el ganador de las elecciones resulta sensato y coherente, los artistas saldrán beneficiados de amplia manera. Si al nuevo alcalde le interesa poco el arte vendrá un nuevo y doloroso periodo de retroceso. Cualquiera de estas dos opciones será una prueba para los creadores con vocación y por tanto, esencialmente ajenos a los vaivenes de la política. Bien decía el gran maestro Kimon Nicolaides que ante los vaivenes ideológicos, en los momentos de las preguntas y la elección de bandos el artista se debe limitar a decir: ?soy el que trabaja?. Los artistas de Torreón (los de a de veras) seguirán produciendo cuando las cumbias de los candidatos sean sólo un curioso recuerdo, cuando los vientos soplen a favor, o cuando las corrientes empujen en contra. He ahí el gran poder y la perpetua fragilidad de los que toman el rumbo de las artes.
PARPADEO FINAL
OK, indudablemente lo que vale es lo que uno hace y no lo que uno dice, pero no desdeñemos del todo las palabras. A mí me gustaría preguntarte cómo ves el ambiente cultural y artístico, qué te gusta, qué no, qué propones. Me mandas un mail a: cronicadelojo@hotmail.com y yo doy parte de lo que tú me digas ¿Cómo ves?