?Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto?. Así, simple y llano, empieza el libro La Metamorfosis, de Franz Kafka. El tipo se despierta tras un mal dormir (¿qué habrá cenado?) y resulta que está convertido en un bicho asqueroso. A los 13 años leí La Metamorfosis. Por ese entonces terminé creyéndome Gregorio Samsa, sólo que mi caparazón y patitas de insecto estaban en el alma. Con el libro en mis manos me preguntaba lo mismo que Gregorio Samsa: ?¿Qué me sucedió??. Samsa cree que es un sueño, pero una vez convencido de la realidad de su situación se preocupa por mantener el orden normal de su vida, comenzando por tratar de pescar el tren de las 6:30 para ir al trabajo. Pero el tipo es una cucaracha tamaño familiar: ¿Cómo demonios puede pensar en fingir demencia, pretender que todo sigue igual?
Línea por línea, La Metamorfosis se convierte en una gran parábola del naufragio personal. Tocan a su puerta y él pone excusas: ?no pasa nada, despreocúpense?. No pide ayuda, sólo insiste en seguir viviendo su rutina y así comienza un proceso degradante, pesado y doloroso. Como notarán ya me estoy azotando por los fangos de la melancolía. Mi punto es describir el síndrome de Gregorio Samsa que no es más que despertar, darse cuenta de la desagradable situación y quedarse helado mientras el reloj sigue su curso.
Me permito relacionarlo con el arte: en un texto de Cuauhtémoc Medina que sentencia ?mientras el sector anacrónico de la producción artística se aferra a la idea de la especificidad de las disciplinas ?tradicionales?, para la práctica contemporánea los bordes se han diluido para activarse?. Todo se cruza, se mezcla, hay marejadas de estilos y posibilidades, el arte lo puede hacer cualquiera, desde cualquier trinchera. En este contexto los que estamos en las artes despertamos un día sin saber qué hacer, cómo expresarnos, a dónde ir. Siempre queda el recurso de adherirse a los discursos de moda, ir a Sanborn?s y gastarse unos doscientos varos en revistas de arte contemporáneo para copiar una forma de vestir y aprenderse términos intelectuales y de cuestionamiento cool para repetirlos como perico en una fiesta de punchis punchis.
Bendito Torreón, que también permite acogerse en la sombra de la inspiración, el paisaje, el desnudo (uy, el desnudo, que meyo), la poesía y las musas: ?el arte como dios manda?. No, Torreón no es Berlín pero se pueden armar propuestas actuales con la cultura y los medios locales, aunque hasta ahora la vanguardia lagunera sigue siendo una basándose en la imitación de discursos ajenos y externos. Y de la pintura de género pues qué decir: basta de atole con el dedo y peroratas sensibleras para la venta de cuadros decorativos. Entonces, ¿dónde estamos?: He aquí la pregunta de Gregorio Samsa. Hay madera de dónde cortar: Gregorio Samsa está despierto, sabe que es un insecto, puede autodenominarse un monstruo, una víctima o un prodigio. En el panorama del arte nacional Torreón es un bicho raro que puede sacar mucho partido de su condición o puede fingir demencia y pretender que las cosas siguen igual, dando palos de ciego en la nada. ¿Cuál es la estrategia a seguir?... Bueno, será en el diálogo entre la nueva generación de artistas donde surja una respuesta o se trace una directriz. El arte en Torreón está en la víspera de su metamorfosis.
PARPADEO FINAL
Hoy sí me esmeré en ser prolijo, propositivo, procuré no hacer chistes malos, puse a caminar al hamster que habita mi cabeza (en la medida de mis posibilidades), en fin, señor Galván, que ya me corregí, ya es columna y no lavadero. Al menos por hoy. Ya la próxima semana sacaremos el detergente para seguir a gusto en el chaca chaca. Por hoy, he cumplido.
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