Lucía Maya vive en Guadalajara y lleva más de treinta años circulando por estos azarosos caminos del arte. En este lapso ha consolidado una brillante carrera sustentada en el dominio del dibujo y la creación de imágenes cargadas de símbolos, metáforas y fantasmales evocaciones autobiográficas. En este punto es menester callarme dada la cuatitud que compartimos Lucía y un servidor, misma que inexorablemente hará que me deslice de la crítica lucida a los apapachos y las porras. Así pues, invito a revisar su obra en Internet, el mundo de Lucía Maya, como dicen los entendidos, no tiene desperdicio. Hablo de Lucía por un hecho curioso que he observado en estos días que he pasado en Guadalajara. Es bien sabido que el cerebro de los artistas está compuesto de extraños y complejos engranajes apenas sostenidos por frágiles tornillos. A la primera turbulencia, estos tornillos se zafan y ruedan por el piso. La cuestión es que un tornillo de Lucía cayó en los terrenos de la tecnología y un buen día dejó los pinceles, tomó un mouse y unos programas de diseño y empezó a intervenir y crear nuevas imágenes a través de medios digitales. Los amigos, fans y coleccionistas que han seguido su obra por tantos años, de pronto se dieron cuenta que Lucía había cambiado la tela por el monitor y ocurrieron varipointas reacciones. Hubo algunos (los mas jóvenes, por lo general) que encontraron un mundo nuevo y sumamente propositivo en las piezas digitales de Lucía. Otros, con desasosiego, se preguntaban si Lucía ya no iba a pintar. Lucía, por su parte, respondía que el pintar está implícito en su trabajo en computadora. Esta respuesta puede ser desconcertante, ya que en términos concretos es afirmar que la pintura puede existir sin pinturas, pinceles y pigmentos. Aquí se toca un punto curioso, que es la definición de la pintura. Se puede entender pintura por el uso de los materiales, óleo, acrílico. Es una visión descriptiva del acto de pintar, es decir, mojo pincelito, aplico sobre tela. En este rubro caben por igual maestros y aficionados. Ambas están hechas con pintura, pero no son pintura. La pintura de la que habla Lucía, más que un medio o una técnica, es un talismán. En este sentido, decir pintura implica un profundo conocimiento de las cuerdas que unen al ojo con el alma, aquí se habla de sutilezas, contrastes, insinuaciones, armonías y choques. La pintura es un tejido que vibra, un proceso de aliento alquímico que convierte los lienzos o papeles en piel que responde y cubre al espectador. Aquí podemos incluir a Rembrandt, a Chardin, a Bacon o Tamayo. Es un club muy exclusivo y de difícil entrada. El boleto de admisión son varios años de friega en el dominio de la materia visible de los colores y las formas, que a su vez son llave de otra materia invisible, el sentimiento, que le da vida a una pieza.
Esta pintura, la pintura como talismán, puede vivir sin tubos de óleo ni pinceles y bien puede anidarse en la pantalla de una computadora. Vale la pena voltear a ver las obras digitales no sólo de Lucía, sino de todos aquéllos que están explorando este medio. Lo digital no es superior a lo tradicional y viceversa. Bien dice Gombrich que no hay arte hay artistas, y la técnica en ese sentido, es lo de menos. O como diría mi abuela sin hacerse tantas bolas: el que es perico, donde quiera es verde.
PARPADEO FINAL
Salud por toda la banda del DF y Guadalajara que me recibieron cual compadre de toda la vida, me alimentaron cual si fuera un hambriento pelón de hospicio y me dieron de beber como si fuera un beduino pidiendo clemencia. Una vez más se comprueba el primer mandamiento del Beatle recesivo: todo se puede con una pequeña ayuda de los amigos. Salud y gracias a todos.
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