Filosas y certeras piedras vía correo electrónico han sido mandadas a la frente de un servidor. Duras preguntas de los lectores que taladran mis oídos: que si soy puro quejumbres, que mis críticas son superficiales, que por qué escribo de política en una columna cultural, que mis chistes están pa?la calle, bueno, un casi unánime coro me declara abiertamente lactante en toda la extensión de la palabra. Digo casi porque hay dos o tres compadecidos que me echan porras (gesto que se agradece en el alma). Hoy ofrezco una moratoria en mi amargura para hablar de puras cosas padres. Procedo a reseñar brevemente las actividades de dos cuates que me caen bastante bien. El primero, de origen chino, nació en París y fue bautizado con el nombre de Yo Yo Ma. Dios de plano le dio un beso en las neuronas a don Yo Yo (suena raro eso, pero en fin) y desde los cuatro años demostró ser un violoncellista natural. En los 70 obtuvo un doctorado en Harvard y desde principios de los 80 se instaló sólidamente entre los más célebres intérpretes de música clásica. Le han sido otorgados las más altas distinciones artísticas y de paso se ha llevado 12 Grammys y una nominación al Oscar. Son legendarias sus colaboraciones con otros músicos de variopintas latitudes y contextos (desde los más prestigiados directores de orquesta hasta los bosquimanos de Kalahari). En lo personal me fascinó el dueto que hizo con Bobby McFerrin que es otro elemento extraordinario. McFerrin nació en Nueva York en 1950 y estudió música desde los seis años. A partir de entonces se ha destacado como cantante solista (su rango vocal es alucinante y puede partir de Franz Lizt hasta llegar al pájaro loco), jazzista, director de orquesta y músico pop (¿Se acuerdan de aquella rolita que dice, ?dont worry, be happy??). También a McFerrin le han llovido premios, galardones, Grammys y anexas. En 1992 McFerrin y Yo Yo Ma se pusieron las pilas y grabaron un disco a dúo (Hush) que desde hace años atesoro como una joya del ingenio, la frescura, la calidad y el buen humor. A partir de las entrevistas y documentales que he visto, me atrevo a decir que estos personajes parecen ser buenas personas, graciosos y sencillos (hasta caen gordos de tan buena onda? o tal vez han comprendido, como Borges, que la humildad es una forma suprema de la soberbia). Bobby McFerrin llegó ayer a México y en conferencia de prensa comentó que ?la música posee un poder calmante: conduce a mi mente por lugares lejanos cuando me siento angustiado. No me parece accidental, de hecho, que en medio de la Biblia se encuentre el libro de los Salmos, que son finalmente canciones?. El arte como curación. Dedico esta columna a mis feroces críticos que consideran (y con razón) que nada bueno puede salir de esta columna. Bueno pues ahora se les cebó porque les acabo de recomendar a Yo Yo Ma y Bobby McFerrin que no tienen falla. Por aquello de los desafueros y las angustias córranle a comprar los discos de estos maestros que son suave pomada para los raspones del alma.
PARPADEO FINAL
Hace unos días José Saramago comparó la Pasión de Jesucristo con el proceso en contra de López Obrador. Esto, aunado a la muerte del Papa me tuvo en ascuas varios días y a fuerza de leer las protestas, alabanzas y llantos de los perredistas tuve una visión apocalíptica: el Peje, asomado en el balcón de San Pedro como sucesor genuino de Juan Pablo II bendiciendo a millares de simpatizantes con gorritas y matracas unidos en un (desaforado) grito: ¡Habemus Pejee! Bendito Dios se le cebó a López Obrador y fue Herr Ratzinger el señalado para semejante puesto. Respiro con alivio y sigo en oración porque Santa Martita de Calcuta, San Andrés Manuel Mártir, San Cochado Fox y Santo Madrazo Pintado de ninguna forma son objeto de mi devoción. Ay dolor... on?tas Diosito, que no te veo.
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