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Crónica del Ojo / Remedio para el insomnio

Miguel Canseco

El insomnio es uno de los hábitos más necios que he desarrollado. Aparece por temporadas robándome el sueño y dejándome con ojos de mapache. Soy reacio a las pastillas y demás noqueos químicos, así que opto por el lado naturista del asunto (tila, lechuguita bajo la almohada) o de plano me tiro a la concentración y el auto hipnotismo para poderme coagularme en el sueño de una vez por todas.

Así pues, he contado cientos de ovejas, aunque esto termina por hacerme pensar en política y ahí se acaba la quietud. También imagino que voy acostado en una balsa, navegando por un río tranquilo, las estrellas brillan, el aire es fresco y templado? entonces llegan las sirenas y ¡zás!, me vuelvo a despertar.

Hay un recurso casi infalible: recordar una por una las cartas del tarot, aunque luego quedo atrapado en sueños bastante psicodélicos. A últimas fechas he desarrollado un efectivo método: cierro los ojos, viajo a la casa de mis padres, subo al segundo piso, abro el álbum de fotos más viejo y lo hojeo lentamente. La primera foto, en blanco y negro, es de mi bautizo.

Trato de afinar la memoria y recorro los rostros de los asistentes, la forma de la pila, las facciones del cura. Recorro más fotos: cumpleaños, disfraces, comidas en el patio. Ahí están los muertos y los vivos platicando, bailando, congelados en carcajadas y miradas furtivas. Lo difícil de este ejercicio es sortear la nostalgia que se mueve silenciosa y amenazante, una mezcla de pantera y toro bravo. Ante los sentimientos que se desgajan opongo la observación minuciosa: ¿de qué color era mi camisa?, ah sí, amarilla, de tejido. ¿Mi madre llevaba el pelo largo o corto?, ah, mira, la camisa a cuadros de mi padre, las cortinas de la abuela naranjas y rojas, ¿qué hora sería en aquella playa?

En presencia de los recuerdos, que son traicioneros, vale aguzar el bisturí de la memoria y extraer los fragmentos que fabricaron un momento ya lejano y transparente. Así voy cayendo en el arrullo de los pequeños detalles que me envuelven y terminan por cerrar la puerta del día. Caigo dormido aunque al despertar sepa bien que la memoria es un invento y que mi ejercicio no fue recordar sino reinventar imágenes que alguna vez viví. No hay poder humano que detenga el alud de los recuerdos, la única salvación es el sueño, un pequeño oasis de olvido. He ahí mi remedio para el insomnio.

Parpadeo final

Una vez escrito este largo y aletargado azote es menester felicitarle en este nuevo año, desearle lo mejor para usted, para todos, para todo. Ahorrémonos el problema de ver las cosas como son, veamos cómo, con nuestra intervención, podrían ser. Sea pues, hasta el próximo jueves.

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