Rondaban las 4:00 de la mañana en la ciudad de Guanajuato y el baile seguía en la pista del bar. A esas alturas yo andaba cansado y haciendo bizcos. Las cumbias tronaban incesantes por los altavoces y la raza insistía en sacudir el esqueleto. Arcadio ya se había fastidiado un pie en alguna pirueta rumbera, pero heroicamente seguía raspando el huarache. Juanito le hacía frente con valor y salero a un grupo de gringas que casi le doblaban la estatura. Aquello era un hervidero. Y en medio de la bruma y la transpiración, sentado en una mesa, sonriendo serenamente estaba el maestro Keysei Kobayashi. Yo no lo podía creer. El maestro llevaba horas pisteando y echando relajo: menudo aguante. Al otro día todos sufríamos de una desvelada atroz. Traíamos cara de engendros con ojos de Elba Esther, voz de Montiel y sonrisa de Madrazo. Así de feos. Pero el maestro Kobayashi, fresco como una lechuga, inició su clase como si nada. Keysei Kobayashi es una de los grandes del grabado en Japón. Durante una semana nos dio un curso a varios artistas gráficos de la República (por ahí nos colamos tres de Torreón) y nos dejó boquiabiertos con su excepcional nivel técnico y su dominio de los procedimientos tradicionales del grabado oriental. Sus alumnos anduvimos haciendo batidillo con engrudo de arroz, bellísimos papeles japoneses y buriles afilados cual navajas. Nos quemábamos las pestañas para entender e intentar aquellas cosas que el maestro nos enseñaba. Pero la verdad es que a comparación de él todos estábamos en pañales, y conste que en el grupo había un par de nombres célebres del arte nacional. Al final aprendimos que el maestro era ejemplo de disciplina, sabiduría y amor al arte. También quedó claro que a la hora del despapaye, el hombre se pintaba solo. Todos sin excepción salimos agradecidos, cansados, regañados, instruidos, bailados y muy contentos. Pienso en Kobayashi y lo menciono a propósito de varios mensajes que han aterrizado en mi cuenta de correo. Hace unas semanas elogié la administración de Gilles Guey en la Alianza Francesa de Torreón y más de uno respingó airado a la voz de ¿por qué tiene que venir alguien de otro lado a enseñarnos? Esta pregunta la he escuchado muy seguido y aplicada a distintas disciplinas artísticas. ¿Porqué alguien de fuera?, dicen con enojo. ¿Acaso aquí no hay suficiente talento? En primer lugar este comentario me parece inadecuado en una ciudad que ostenta su calidad como hogar de inmigrantes. Por otro lado considero que no habrá posibilidad de avance en la cultura de Torreón, sin una apertura manifiesta hacia los conocimientos del exterior. Ésta es una ciudad joven con mucho qué construir y por ello es fundamental conocer experiencias previas de otros lugares, testimonios y enseñanzas de otra gente. Seamos realistas, ninguna de las llamadas capitales del arte es totalmente autosuficiente. Su jerarquía se debe a que son escenarios de paso donde los artistas de distintas latitudes coinciden, trabajan y progresan. Respeto a quienes se irritan por mi admiración hacía quien viene de fuera. Pero créanme que nunca he obtenido nada encerrado en el caparazón de la soberbia y el localismo. Yo practico el grabado y algún éxito cosecharé en mi barrio, pero también sé que en Japón hay un tipo llamado Keysei Kobayashi que está muy por encima de mí y por tanto, es alguien de quien debo aprender. Creo que esto aplica en todas las disciplinas del arte. Queridos colegas, el mundo es otro si uno se toma la molestia de abrir la puerta y ver al exterior. (Empiezo este artículo rumboso y termino amargoso. Pero bueno, no solo de cumbia vive el hombre).
PARPADEO FINAL
No, la neta sea dicha, qué miedo. Me pandeo nomás de ver a Montiel, Madrazo y Elba Esther juntos. Y aparte se dan sus abrazos y sus besos. Brrrr... Como para anunciarlos de niñeras para los chamacos que se porten mal. En fin, hasta el jueves próximo, ya que me reponga del susto.
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