The Minstrel Show fue un espectáculo concebido por un segmento de la población blanca en la Norteamérica del siglo XIX. En esta bizarra variante del carnaval, los blancos se disfrazaban como los esclavos negros de las plantaciones. Con algo de betún o carbón se pintaban el rostro exagerando con blanco sus labios, dedicándose a imitar las formas musicales, el habla y las danzas negras. El show se convirtió en un espectáculo popular y bien establecido en la sociedad norteamericana. En el fondo, según señalan algunos analistas, este show escondía una admiración por la música negra y de una manera bizarra era el único oasis en el cual los blancos podían regocijarse en los ritmos profanos. Sin embargo, el centro del Minstrel Show era el escarnio sobre una raza brutalmente sometida.
Al final de su vida, el escritor Mark Twain rememoraba con nostalgia estas celebraciones, extrañando aquellos días cuando se practicaba ?the old nigger show?. El término nigger, según algunas versiones, es una distorsión de la palabra niggard (de origen escandinavo) que significa mezquino o miserable. Justamente estas características fueron las que se asignaron a la raza negra dentro del Minstrel Show, tradicionalmente protagonizado por ?Jim Crow? un esclavo pendenciero, haragán y desocupado. El asunto puede ser menor si comparamos el Minstrel Show con algunas otras costumbres del racismo norteamericano como linchar y matar negros como diversión pública, hábito capturado en múltiples fotografías de época donde se ven alegres multitudes presenciando el ahorcamiento o la brutal golpiza de uno o varios esclavos. Todos estos factores eran la expresión del agravio sistemático a una raza, agresión que se tornó en leyes segregacionistas, las llamadas Jim Crow Laws.
Para mediados del siglo XX el coste moral y económico de mantener un país segregado minaba poco a poco a la sociedad norteamericana que finalmente reclamó un cambio. La lucha de los negros por los derechos civiles fue larga, costó muchas vidas y aunque la igualdad ya es un hecho, siguen sin resolverse muchos enconos de fondo. Es por este doloroso pasado que me parece razonable el enojo del sector afroamericano ante las estampillas postales con la efigie de Memín Pinguín. Ellos no están familiarizados con la historieta familiar de Yolanda Vargas Dulché. Ellos ven una representación exagerada de la fisonomía negra, una burla a la manera de los Minstrel Shows. Pero muchos paisanos se ofenden pensando, ?pero qué mensos, ¿acaso no saben que sólo es un monito de un cuento??. Claro, como todos tienen que estar al pendiente de nuestras tradiciones. Luis Ernesto Derbez incluso señala con cinismo que los cuestionamientos a Memín son ?una total falta de respeto hacia nuestra cultura?. Un timbre postal es un mensaje diminuto pero sustancial de nuestro país hacia el mundo. En una relación de reciprocidad, podríamos, como sugiere Denise Dresser, imaginar un timbre postal estadounidense con un indito mexicano tirando la flojera. Si nos enojamos, los norteamericanos nos dirán: ?no se esponjen, sólo es un personaje inofensivo, no es un estereotipo?. México lindo que sigue despreciando a su población indígena, que machaca la vida de los centroamericanos en la frontera sur, que prefiere las telenovelas con actores criollos y ojiazules. El racismo en nuestro país existe, en la práctica, en la omisión y el descuido cotidiano. Es un punto que se debe analizar y no acepta torpezas ni superficialidades. Pero para riegues ahí está don Vicente que heroicamente busca darnos trabajos mejores (no aquéllos que ?ni los negros quieren?) y que ante la prensa internacional se declara apólogo total de Memín, incapaz de ofrecer una disculpa o una explicación exenta de nacionalismo egoísta. Que alguien le avise a Vicente, que nos representa a todos, que en la vialidad de las naciones no se puede estacionar en doble fila ni omitir las luces rojas. Vivimos en un mundo cuyo ombligo no es México, más le vale aprender a convivir entre sutilezas y susceptibilidades. Se trata, solamente, de ser un poco menos naco. Diplomacia mi botas, nada más.
PARPADEO FINAL
Va esta columna a la salud del profe Pineda, fan número uno de Memín. No mi profe, la onda no es contra el Sr. Pinguín, éste es un asunto de fondo y de forma, hay pedradas que no puedes lanzar contra el vidrio del vecino, digo yo. Y a ver si me echa un mail, ese profe, que sus fans lo reclaman.
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