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Crónica| Parque de muerte

México, DF.

Aquel algodón impregnado con alcohol no fue suficiente para contener el olor a muerte que flotaba en el Parque del Seguro Social, días después de los sismos de 1985.

?Cuando entren a buscar familiares o conocidos por nada del mundo se quiten el algodón de la mascarilla?, dijo una enfermera mientras empapaba grandes trozos blancos, para repartirlos a quienes se disponían a entrar al estadio de beisbol, convertido en morgue emergente tras ser desbordados los anfiteatros ante las miles de personas muertas durante el terremoto de hace 20 años.

Como autómatas, después de varios días de recorrer hospitales y delegaciones en busca de familiares o amigos desaparecidos, cientos de personas hicieron fila, no para comprar boletos de la entonces tradicional serie de la Guerra Civil, entre Diablos Rojos y Tigres capitalinos, sino para entrar al espectáculo dantesco en que se convirtió la identificación de cadáveres en el recinto deportivo, y que duró casi tres semanas, aquel septiembre trágico.

Mientras las calles alrededor de Viaducto y Avenida Cuauhtémoc eran cubiertas por la oscuridad ante la falta de electricidad en la zona, los potentes reflectores del estadio daban la triste bienvenida a quienes guardaban la esperanza de contar con un cuerpo al cual llorar, después de la tragedia.

Durante esos largos días, aquellos reflectores no iluminaban los lanzamientos del pitcher felino Jesús ?Chito? Ríos. El jardín derecho, el izquierdo, el central, el short stop, las colchonetas y hasta el home plate sirvieron como plancha del Servicio Médico Forense.

En grupos de diez personas y después de recibir una vacuna, los deudos desfilaban por la línea marcada para los bateadores que conectan hit, y era al topar con la primera base donde la primera de varias carpas dejaba ver el tamaño del desastre.

Cadáveres de hombres, mujeres, niños y ancianos yacían en el diamante, cubiertos con la tierra de los bloques de cemento que acabaron con sus vidas; la hora de la tragedia, 19 minutos después de las siete de la mañana, también estaba marcada en las víctimas, al portar, varias de ellas, vestimenta para dormir o tan sólo ropa interior.

?¿Es él?? ?Velo bien, fíjate si tiene el lunar? ?Sí, es él?, eran los murmullos que se escuchaban mientras aquel desfile de dolor avanzaba entre las carpas.

Más allá, en el bullpen del jardín derecho, cientos de ataúdes de madera apilados aguardaban la identificación de un ser querido para poner fin a la pesadilla; a un lado, mientras hacían fila frente a varios escritorios con el fin de realizar los trámites funerarios, familiares de las víctimas platicaban sus experiencias, aunque ya sin lágrimas qué derramar.

Como mudo testigo de aquel episodio, en donde se encontraba el Parque del Seguro Social ahora se erige la estructura de lo que será un centro comercial, aunque cada 19 de septiembre quedará impregnado el olor de la muerte.

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