EL SIGLO DE TORREÓN
SAN PEDRO, COAH.- Su vida en los camiones comenzó desde que tenía ocho años. Luego que su padre se quedara sin empleo y emigrara a Ciudad Acuña, decidió que debía hacer “lo que pudiera” para conseguir el pan.
Arturo Gómez se dedica a tocar la guitarra en los camiones locales y a veces, en los autobuses que van a Torreón, Francisco I. Madero o Viesca. Explica que, siendo el mayor de su casa, con tres hermanos menores, sólo sabía cantar y fue lo único que se le ocurrió para ganar dinero y aportar algo al hogar, pues aunque su madre era costurera, obtenía muy poco de esta labor.
Hoy tiene 68 años y aunque pareciera que sigue en la misma actividad, la realidad es que, decepcio-nado de todo lo demás, regresó a “la tocada”, luego de haber sido jornalero, carpintero, plomero, fierrero, recolector de basura, empleado en una maquiladora, pintor, albañil y hasta “chiclero”.
Dice que nunca tuvo planes de estudiar, “no se usaba”. Ninguno de sus hermanos terminó la primaria. Las presiones económicas les orillaron a salir en busca de trabajo y, aun cuando no tenían conocimientos de ningún oficio, se iniciaron todos como asistentes de jornaleros, pues habitaban en un ejido.
“Siempre fuimos pobres, como todos aquí”, refiere el sexagenario en un tono melancólico y mirando al piso, luego levanta la vista y entre risas agrega que “a veces teníamos tan poquito que nos imaginábamos los juguetes... no se crea, pero sí éramos muy pobres”.
Sus dificultades para comer eran tales que su padre tuvo que abandonar San Pedro y partir a la frontera en busca del “sueño americano”, que nunca consiguió, según relata el señor, pero obtuvo empleo en una maquiladora donde le pagaban más de lo que se podía ganar en el municipio.
“Fueron decisiones difíciles que mi padre tuvo que hacer pero siempre por nuestro bien”, indica el anciano, “él quería dar lo más que se pudiera a su familia, pero es difícil, más cuando como en San Pedro, sólo hay bien para algunas personas”.
Comenta que ya es abuelo, se casó a los 20 años y tiene dos hijos varones, que sí terminaron la primaria y la secundaria, pero ya no pudieron continuar con la preparatoria por la falta de recursos. Sin embargo, Arturo dice que viven bien, y ya tienen sus propias familias.
Todos los días, el anciano se sube a algún camión, toca algunas canciones y confía en la buena voluntad de la gente para otorgarle una moneda a cambio de sus melodías, la mayoría cumbias románticas, pues “es lo que más piden”.