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Cuarto candidato/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Aunque faltan nueve meses para que se registren los candidatos presidenciales, y aún no se han cumplido porque ni siquiera se han iniciado los procedimientos formales para seleccionar a quienes serán postulados por los tres partidos mayores, si nos atuviéramos sólo a los resultados de las encuestas (sin tener en cuenta otros factores) es claro que las preferencias apuntan a las candidaturas de Andrés Manuel López Obrador, Santiago Creel y Roberto Madrazo.

¿Podría haber un cuarto candidato? Formalmente sí, por supuesto. Cada uno de los partidos registrados (y aún los dos que acaso reciben su patente dentro de unos meses) está en situación de postular a un candidato. Acaba de ser lanzado el diputado local Bernardo de la Garza como precandidato del Partido Verde.

Es previsible que se trate sólo de un movimiento táctico, de diversión en el doble sentido del término, y que el Verde vaya en alianza con el PRI, prolongación de las estatales que en casi todas las entidades han formado esos partidos. Convergencia, a su vez, cavila si tendrá su propio aspirante o apoyará al de otro partido con quien se alíe, y que podría ser Acción Nacional, con el que se ha coaligado en Quintana Roo y México (amén de su alianza en Oaxaca, más amplia, que incluyó al PRD). Anda en las mismas el Partido del Trabajo, que tuvo candidata (más o menos) propia en 1994 y seis años después ingresó en la Alianza por México, cuyo eje fue el PRD, con quien también ha solido aliarse en comicios estatales (aunque caso ha habido en que se une al PRI).

¿El cuarto candidato podría ser un ciudadano sin partido? Formalmente no puede haber candidatos sin postulación partidaria. Aun si Jorge G. Castañeda -el único que hasta ahora lo ha intentado- consiguiera una resolución favorable a su registro, su candidatura sería inviable pues toda la organización electoral descansa en la participación de los partidos. Las prerrogativas (financiamiento y comunicación electoral) se otorgan a ellos, y no a los candidatos, y no existen mecanismos de fiscalización de los recursos financieros, público o privados, que se entregarán directamente a los ciudadanos.

Con todo, ha surgido otra candidatura ciudadana, semejante a la de Castañeda. Valido de las ganancias que obtiene en sus farmacias, caracterizadas por sus bajos precios debido a que vende productos que no pagan regalías, Víctor González Torres realiza una costosa campaña de autopromoción, que ha abierto el riesgo de banalizar aún más la política electoral tan desacreditada ya. Cuando se ve que González Torres utiliza como emblema y aun como seudónimo un muñeco, el Dr. Simi, inevitablemente se recuerda que hace poco más de cuarenta años la decepción brasileña por la política condujo a no pocos ciudadanos a votar en favor de Cacareco, un hipopótamo del zoológico de Río de Janeiro o de Sao Paulo.

El doctor Simi forma parte de una familia conspicua (que nada tiene que ver con José González Torres, un sobresaliente panista que encabezó su partido, fue candidato presidencial contra Gustavo Díaz Ordaz y concluyó sus días fuera de la política, abjurando no de su credo sino de su práctica en el PAN) que transita simultáneamente en los negocios y la política. Dos de ellos, Javier y Víctor, contienden en el comercio de medicamentos, y no lo hacen con tersura precisamente. Enrique, sacerdote jesuita, doctor en educación, fue hasta el año pasado rector de la Universidad Iberoamericana. Jorge es el dueño del Partido Verde, cuya gerencia ha confiado a su hijo Jorge Emilio González Martínez. Y Virginia es al mismo tiempo funcionaria de la Secretaría de Salud y activista de los derechos humanos de los enfermos mentales.

La campaña del doctor Simi ha sido muy exitosa. Reforma realizó una encuesta en que preguntó: Si el Presidente de México tuviera que ser alguien sin partido, ¿quién podría ser esa persona? Las preferencias están distribuidas entre muchos nombres, pero González Torres reunió el porcentaje menos chico: dieciséis por ciento, dos puntos arriba de Castañeda, que también ha realizado una intensa actividad propagandística. Esa posición de un candidato insustancial es una clara muestra del poder de la publicidad política, capaz de vender una figura hueca, que no ha formulado una propuesta política en función de la cual atrajera interés y simpatía.

Con el poder de su dinero el Dr. Simi ha conseguido no sólo situarse en un lugar político, sino también vínculos con al menos un partido, Convergencia, con quien ha firmado acuerdos formales. El partido de Dante Delgado, por cierto, parece vez más convencido de que sus potencialidades, magras hasta ahora, pueden desarrollarse si cuenta con recursos financieros adicionales a los que le proporcionan los contribuyentes a través de los órganos electorales.

Está próximo el momento en que se anuncie la vinculación de ese partido -que por su apetito pecuniario cumple hoy el triste papel que correspondió al de la Sociedad Nacionalista de la familia Riojas Simental- con una organización civil encabezada por Alfonso Romo, el empresario regiomontano cuyo azaroso destino financiero causó efectos adversos, entre otras personas, al dictador chileno Augusto Pinochet que había invertido en fondos manejados por Pulsar una porción de los millones de dólares que recogió de su Patria agradecida y puso a buen recaudo en bancos y casas de bolsa a las que supuso lejanas de los avatares que pudieran sufrir en su país.

El Dr. Simi, también en la política es sólo placebo.

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