Si de recordar se trata, el pasado se duele ante el incumplimiento, el presente exige frenar el desbocamiento y el futuro obliga a reconstruir la esperanza. Eso no es motivo de festejo, sino de trabajo ciudadano, callado y constante, decidido. La realidad es inexorable: sin demócratas no se puede edificar una democracia. El mitin con que Vicente Fox pretende revivir este mediodía la ilusión del cambio, se planta en la frontera entre la evolución y la involución política.
Revivir la ilusión es imposible porque fue -como siempre ha sido- un deseo sin fundamento, la deformación de la realidad a partir de un error de percepción. No importa cuán redecorado sea el discurso de hoy. No hay argumento para responder al coro que la noche del dos de julio de 2000 vitoreaba el triunfo electoral de Vicente Fox. En el júbilo de la expresión, aquel coro ahogaba la garganta de quienes lo gritaban: “¡No-nos-falles! ¡No-nos-falles! ¡No-nos-falles!” ¿Qué puede decir hoy Vicente Fox?
*** A partir de un priismo involuntario y un panismo vergonzante, el foxismo suma hoy un eslabón más a la cadena de su fracaso y renuncia de manera irrevocable a la oportunidad que le brindó la generosidad ciudadana, ansiosa por realizar un país distinto. Si tan sólo el foxismo hubiera reconocido que hace cinco años transpuso el umbral de la historia al desplazar del poder al priismo, la paz de esa enorme victoria le hubiera permitido acaso operar algunos cambios. Cuán grandes o pequeños fueran esos cambios, muy poco importa. Ninguno de ellos hubiera superado la hazaña de aquel dos de julio. Pero no, el foxismo no reconoció esa frontera. Prometió cambiar todo y, por lo mismo, repitió la historia pero, esta vez, como caricatura. El nuevo régimen resultó más viejo que el anterior.
El mismo mitin de hoy, organizado por un Comité Organizador que saca del arcón de la memoria los desplegados de apoyo al señor presidente del PRI y repone la subcultura de la doble moral política, del recurso oficial disfrazado, del empleo del aparato del Gobierno y el partido, entierra justamente lo que pretende enaltecer y vulnera las posibilidades de Acción Nacional. Bajo timos, bajo engaños se buscó crear la idea de una fiesta democrática y plural, pero se expulsó de ella a la porción de la ciudadanía que cinco años atrás le dio utilidad a su voto a fin de quebrar el espinazo del aparato que frenaba el desarrollo político nacional. Hoy, varios de esos ciudadanos no estarán en el Ángel de la Independencia, no tienen qué celebrar, el foxismo los expulsó tiempo atrás. Vamos, se abusó otra vez de la confianza ciudadana. En el templete de la fiesta política que antecede al velorio albiazul de mañana en el Estado de México y Nayarit, ni siquiera estarán muchos de quienes estuvieron en la celebración, esa sí, realizada un lustro atrás. De los ciudadanos integrados al gabinete, no queda ninguno. Hay uno que otro funcionario despistado, pero eso es todo. De los amigos de Fox -que, por cierto, no convocan al mitin hoy-, destaca el resentimiento de Lino Korrodi frente a la traición. De los headhunters encargados de armar el gabinetazo, no se ve ni la sombra. De la alternancia, resta la burla del quítate tú para ponerme yo. De la alternativa frustrada, la sensación del tiempo perdido.
Del presidente electo dispuesto a contemporizar con sus adversarios y encontrar coincidencias en las diferencias, un presidente sin memoria convertido en picapleitos. Y lo peor. El mitin de este mediodía parece el pretexto para reinaugurar el culto a la personalidad de un personaje que olvidó cuál era su rol y por qué, en un momento, protagonizaba el papel principal. De un personaje, diría Pirandello, en busca de autor.
*** El dos de julio de 2000, Vicente Fox decía que con su elección se entraba con el pie derecho al siglo XXI. Hoy se puede parafrasear aquella idea, diciendo que la derecha metió el pie en el Gobierno, secuestró al partido que le dio cobijo y pretende llevar al país al siglo anterior y si se puede, al antes anterior. La mayor riqueza de esa derecha, el prejuicio y la ocurrencia; su mayor pobreza, las ideas y la ausencia de proyecto. Bajo ese esquema, pero en nombre de la nueva autenticidad política, se pasó al cinismo. Al desplante, sin pudor. En la secretaría que ampara la laicidad del Estado, un crucifijo da fe de la fuerza de convicción católica de su titular y una cuantas semanas atrás, ahí mismo, la indecisión y la inseguridad política del titular anterior hizo del diálogo improductivo el recurso para ocultar la falta de oficio y compromiso. En Los Pinos, la confusión entre la vida privada y la vida pública convirtió la residencia oficial en vecindad de chismes e intrigas y se estableció que el país se gobierna en pareja, aunque sólo se elija a uno.
En la Semarnat, el profesionalismo que lentamente se construía para preservar las políticas ambientales se transformó en plaza para ocupar al panismo desempleado y descontento, profundamente ignorante de la materia. Del bono democrático se hizo el boarding pass para desfigurar la política exterior y despilfarrar, justamente, la oportunidad que el bono ofrecía. De la simpatía política, se pasó a la ocurrencia del chiste o el disparate para zaherir sin necesidad. De los peces gordos a punto de ser atrapados en la red de la renovación moral, se hicieron espléndidos socios en el negocio de las prebendas y los contratos a cambio de la estabilidad, fincada en el saqueo de industrias fundamentales en el desarrollo nacional. De la popularidad, un capricho sujeto a medición semanal. Del reclamo ciudadano por rescatar las calles, plazas y caminos de la delincuencia, una trompetilla con sirena. De la investidura del cargo, la ocasión para salir con disfraz. Del Estado de Derecho, el instrumento para eliminar al adversario aunque, después, titubeara y diera marcha atrás.
El nuevo régimen no desperdició la oportunidad, eso sí, de bendecir al viejo corporativismo sindical que, ahora, duda si el paraíso es tricolor o albiazul, pero reza porque el cambio continúe. Eso sí, el nuevo presidencialismo sin presidente dio amplia libertad para que cada secretario de Estado hiciera lo que quisiera, aunque no quisiera hacer nada. Y lo peor. Hoy la histórica bandera panista de la lucha contra la corrupción y la compostura pública vertical es, en más de un caso, el trapo para sacudir la renovada impunidad de familiares, compadres y amigos que hacen negocio o amarran acuerdos privados desde el poder público o gobiernan algunos estados siguiendo la guía de Patrocinio González Garrido o Rubén Figueroa pero sin carácter ni estilo. Sin duda, ellos sí tienen qué celebrar. Víboras y tepocatas son especies en reproducción, no en extinción como se dijo.
*** Llamar a festejar el dos de julio como si, después de la hazaña electoral de hace cinco años, hubiera venido una epopeya marcada por el tesón, la dedicación, la inteligencia y la paciencia política, es francamente una provocación y más cuando, desde Los Pinos, se precipitó la sucesión presidencial para hacer de la contienda electoral un concurso de ambiciones, donde como ariete del pleito se utilizan los grandes asuntos nacionales.
La magia del cambio reaparece el pasado como futuro. El mismo desplegado de ayer donde el panismo y el foxismo esconden la mano, dejando el peso de la responsabilidad a organizaciones desconocidas o muy poco conocidas, tiene el rancio olor de las fuerzas vivas que aclamaban al primer mexicano de la nación.
Nomás faltó que firmara el sindicato de trabajadores de la industria de los hoyos de dona o el frente único de changarristas beneficiarios del cambio. El priismo involuntario del foxismo tiene por única diferencia con el anterior el hecho de practicar el autoritarismo sin autoridad. A diferencia de ayer, el foxismo hoy no convoca a la unidad sino a la división, no invita al cambio sino a la reiteración del pasado que se quería remontar, no llama a buscar las coincidencias sino a subrayar las diferencias. Eso no es una fiesta.
*** Muchos de los errores y agravios cometidos por el foxismo y el panismo contra la esperanza democrática podrían comprenderse y perdonarse, pero hay uno que no: la degradación a la que llevó a la política.
El foxismo y el panismo creyeron que ganar la elección era ganar el Gobierno y el poder. Ganaron la elección, pero perdieron el partido y el Gobierno y, por lo mismo, más allá de su ilusión, nunca alcanzaron ni ejercieron el poder.
No supieron dar el paso de la elección al Gobierno, del candidato al jefe de Gobierno, del político al jefe de Estado y, en la desesperación del no poder, degradaron la política que hoy, hundida aún en el desprestigio, se echa de menos para reconstruir la esperanza democrática.
Puede condenarse al foxismo y al panismo por la degradación de ese instrumento fundamental que ahuyenta la violencia y el desencuentro. Pero no por ello puede ignorarse que el priismo y el perredismo actuaron de la misma manera. Se sentaron a la mesa de ese juego y aun hoy, lo practican como si se pudiera hacer política sin políticos, como si se pudiera construir una democracia sin demócratas.
Esas oposiciones fueron el complemento, no la contención de esa degradación que hoy nubla el horizonte y amenaza al país con llevarlo más atrás del lugar de donde venía. ¿Qué dicen a eso los opositores que se plantan en la escena como los nuevos salvadores que tanto se parecen a los anteriores?
*** Las cartas del foxismo y el panismo están a la vista. Festejan sin motivo. Olvidan la historia del sexenio. Celebran el no poder. Echan de la ilusión a quienes no deforman la realidad y se miran frente al espejo. Ahí están esas cartas. ¿Con qué cartas se presentan el priismo y el perredismo para frenar el desbocamiento y empezar a reconstruir la esperanza democrática que nada tiene que ver con los spots y las frases hechas sin sentido?
Queda, sí, como un triunfo, haber quebrado el espinazo que atascaba el desarrollo político, pero falta el desarrollo. Por fortuna, cada año, pero sobre todo cada sexenio, hay un dos de julio.