Es un buen prospecto, ni quién lo dude, pero su tiempo se agotó. Todo indica que le fue arrebatado el triunfo la primera vez que participó en las elecciones para Presidente de la República. Después estuvo en dos contiendas más en las que perdió. En esta ocasión, que sería la cuarta, aún falta que en elección interna los militantes del PRD decidan que sea su abanderado.
A diferencia de las tres primeras veces en esta ocasión tiene un rival interno de categoría, carismático él, contra quien se ha desatado el furor gubernamental del régimen foxista, que en vez de descartarlo lo ha convertido en un candidato popular que si antes lo era sólo en el Distrito Federal, ahora se le conoce en todo el territorio nacional. Me refiero a Andrés Manuel López Obrador.
En la segunda de las apariciones como candidato Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano lució realmente mal, con una falta de preparación que aprovechó el jefe Diego para arrimarle una paliza de muy santo y señor mío que lo dejó tirado a la orilla de la banqueta, de donde ya no se levantó.
Han transcurrido tres sexenios, desde que compitió la primera vez. En ese lapso no permitió que otros destacados perredistas probaran suerte. Quizá impidió con su reiterada participación y su terquedad que el PRD pudiera poner a un hombre en la silla presidencial. Ahora quiere volver por sus fueros tomando su inspiración en el actual presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva que accedió al poder después de fracasar en tres ocasiones, siendo hasta una cuarta vez cuando al fin se le hizo. Lo interesante es que no hay comparación entre Lula y Cuauhtémoc. Es aquél un líder social, en tanto éste trae como su principal recomendación el ser hijo del general Lázaro Cárdenas del Río, que no es poca cosa. Esta vez Cuauhtémoc encontrará que tiene que remar en contra de la corriente.
Tiene seguidores, ni duda cabe, pero ya no despierta la misma pasión debido a que ha sido vapuleado en sus anteriores apariciones en las que, cuando menos en la primera, demostró no tener agallas para reclamar lo que había ganado en las urnas, aunque hay quien le exalta su actitud de conservar la calma evitando que el país se hundiera en la violencia.
Los malquerientes lo señalan como un cartucho quemado, cuyo mayor mérito es llevar el apellido en el que, dicen, se ha venido columpiando para acceder a posiciones políticas donde no ha demostrado otra cosa que su arrastre popular gracias al conjuro de lo que el viento se llevó –el petróleo, el reparto agrario y la restauración del poder presidencial-. Da la impresión de que en esta vez el sistema lo adula para que nulifique a Andrés Manuel López Obrador a quien poco le falta a la publicidad oficial para colocarle cuernos, rabo y pezuñas.
Aún recuerdo cómo la oligarquía doméstica lanzaba sus dardos venenosos en contra de Cuauhtémoc pretendiendo, al mostrar a sus medios hermanos en la televisión, que el ex presidente tuvo amores fuera de matrimonio, en tanto que siendo gobernador de Michoacán, el hijo del general, presuntamente traficó, se decía, con terrenos playeros en beneficio familiar. Era la obviedad de una campaña dentro de una sociedad gazmoña tendiente a acabar con el prestigio de los Cárdenas a como diera diera lugar. Se decía, como la culminación de porqué un Cárdenas no debería sentarse en la silla presidencial que, de ser así, los hijos serían arrebatados a los padres para ser enviados a la entonces Unión Soviética, lo que era una paparruchada que a pesar de todo calaba en la conciencia de los ingenuos mexicanos de aquellos años.
Además ahora hay un gallo con grandes espolones en sus tarsos, que ha enseñado que no se achicopala a pesar de que lo han querido desplumar fuera del palenque. Ése, de ser ciertas las encuestas, es el preferido de las mayorías. Es bueno para sentarse en primera fila, como cualquier espectador, cuando arriba del cuadrilátero inútilmente golpean su imagen. Le han fallado varios de sus colaboradores, lo que ha hecho crecer su fama al no encontrarle a él, en lo particular, cola qué pisarle. Le han echado encima los perros de la justicia sin que sus mordidas, hasta ahora, lo hayan alcanzado. Se mira honorable en un medio donde la decencia escasea.
Lo han hecho víctima de una persecución que no ha logrado esconder los intereses bastardos de quienes lo quieren hacer a un lado dejándole al margen de la carrera a 2006. Nadie con tres dedos de frente ignora que el Gobierno obedece a grandes compañías trasnacionales que quieren democracia, pero no tanta, como para permitir que la izquierda arribe al poder.