Vivir sin principios es andar a la deriva. Aferrarse a un dogma, argumentando que es un principio, es ser esclavo voluntario. México arrastra un conflicto en su relación con la riqueza. Tiene raíces muy profundas. De entrada nos creemos ricos. Oro, plata, costas, petróleo, selvas, de todo nos decimos a nosotros mismos con vano orgullo. A la par, nos olvidamos de los desiertos, de la escasa capa vegetal, de la orografía, de los extremos del agua y de cómo entubarla y de una larga lista de carencias. Curiosamente aunque nos creemos ricos andamos siempre a la defensiva. La riqueza se acaba, no se genera. Sobre esa falsa idea cae uno de los mitos más funcionales de nuestra condición: los españoles nos saquearon durante tres siglos. Allí el origen de nuestra desventura. Somos ricos pero siempre nos han explotado. Por allí anda el malo de la película, seguramente extranjero, gringo de preferencia, que o ya nos robó o nos va a robar. Muy cuidadosos de nuestras riquezas nos encaminados al bicentenario de vida independiente y nada, que no salimos de pobres.
Ese trauma original nos ha llevado a una actitud muy peculiar frente a las riquezas naturales y hacia la prosperidad. Por un lado pareciera que los mexicanos se piensan a sí mismos sobre una mina de oro. Para proteger el tesoro están los severos guardianes siempre pendientes de que los otros, los malos, no se lleven nuestro invaluable tesoro. ¡Vivan los buenos guardianes, los que gritan cuidado con los saqueadores y así enardecen las furias nacionalistas que tanto nos unen! Ser guardián de las riquezas es muy popular. Siempre quedan como héroes. Pero los guardianes, que por cierto no han tenido empacho en permitir el hurto de los propios mexicanos, piensan hoy más en sí mismos, en su muy digna función de guardianes, que en los pobres. Por cuidar su chamba nos han vuelto esclavos del tesoro. ¿Y para qué sirve el tesoro?
Los guardianes, embelesados con su función, nos han colocado un grillete mental. Los mexicanos estamos aquí para cuidar el tesoro, de ahí no salen. El dogma mercantilista es total: guárdalo bien porque en un futuro valdrá más. ¡Mexicano, sábelo bien, algún día dejaremos de ser pobres! Pasan los años, las décadas, los siglos y la miseria sigue allí. Algo anda mal. Además, curiosamente, ese pavor a ser saqueados por los otros tiene una contraparte de generosidad sin límites con nosotros mismos. Las riquezas de los mexicanos son saqueadas todos los días por los propios mexicanos. La tala clandestina de selvas y bosques, la explotación irracional de mantos acuíferos, la caza y pesca como acto de rapiña, la ordeña de gasoductos, las pandillas de traficantes de huevo de tortuga o de piezas arqueológicas. La lista es infinita. Los peores ladrones de nuestras riquezas han sido los propios mexicanos. ¿Nos cabe alguna duda?
Ese trauma original nos ha convertido en seres muy extraños. Nos creemos ricos, pero el 54 por ciento de la población vive en una pobreza vergonzosa. Aplaudimos a los guardianes, pero anualmente 300 mil connacionales tienen que salir a buscar empleo que aquí no encuentran. En pleno siglo XXI seguimos festinando una visión medieval de los recursos: la riqueza se tiene, se hereda, se conserva, pero no se genera. Así, lentamente, en silencio, los guardianes se han convertido en monstruos. Sólo un monstruo puede circular por las calles del país entre esas manos extendidas en busca de monedas, ver esos rostros infantiles añorantes de cuidados o los ojos de los muchos desempleados y pensar que no ha llegado el momento de usar plenamente las riquezas. Con qué cara se le puede decir a los miserables de México que esos recursos tendrán mejores días y mejor destino, que ellos no son una razón suficientemente válida como para buscar nuevas formas de aprovechamiento.
Con qué cara se puede argumentar, estando uno de cada dos mexicanos atrapados en la pobreza, que la fórmula que tenemos es lo mejor que nos puede pasar. Otras naciones con menores recursos naturales han salido de pobres, pero nosotros seguimos tercamente defendiendo expresiones huecas como “el petróleo es de la nación, es de todos los mexicanos”. De ser así entonces utilicemos ese recurso para brindar educación, salud y prosperidad a las decenas de millones de pobres mexicanos carentes hoy de un horizonte mínimo de prosperidad. Esos mexicanos sanos, educados, preparados y con buenos empleos serían capaces de generar mucha riqueza. Un país con buena infraestructura, con energéticos en niveles competitivos, con trabajadores capacitados, en los cuales deberíamos invertir hoy, sería capaz de ir mucho más allá. Atrás quedaría una economía dependiente del petróleo.
Por eso, independientemente de filias y fobias partidarias, el hecho de que al interior del PRI se haya dado el inicio de esta discusión es un gran avance. La gran lección del periodo foxista es clara: para mover a México se tiene que mover el PRI. Que Madrazo y los dirigentes le hayan dado la cara a este dogma habla de una actitud modernizadora y arriesgada. Capitalizar a PEMEX y abrir el sector eléctrico les puede costar el apoyo del SME y de algunos líderes petroleros, pero también les puede ganar el apoyo de millones de ciudadanos ansiosos de prosperidad. Darle la cara a la discusión les puede suponer un desgarramiento con el viejo corporativismo, que por cierto cada día tiene menos peso electoral, pero a la par puede salvar a PEMEX de la quiebra virtual a la que se encamina. De esa alguien tendrá que responsabilizarse.
El panismo no tiene todavía la fuerza para convertirse, por sí mismo, en un motor de modernización. Necesita de la alianza con el PRI, alianza negada durante todo el sexenio foxista. Al final del día ambos partidos tendrán que encontrase, ya sea con Creel, Madrazo o Jackson u otro personaje como presidentes, o quizá en la oposición con López Obrador en la silla. Si caminan juntos en los asuntos de fondo el mentadísimo costo político simplemente no existirá. Por el contrario quedarán como fuerzas modernizadoras frente a un PRD atrapado en sus dogmas. Si no mueven al país ser presidente de México será una pesadilla. Eso no le conviene a ninguno de los aspirantes.
¿Cuánto le ha costado a México ese absurdo distanciamiento de las dos principales fuerzas políticas? Se podría medir en los millones de empleos que se dejaron de crear, en los millones de mexicanos que tuvieron que migrar, en las decenas de miles de millones de dólares que han dejado de entrar a un país cerrado en el sector energético, en los productos que no podemos exportar por pagar más caro el kilowat o el gas o el transporte de lo que sea. Pero quizá lo más dramático sean los días, meses, años, décadas que han transcurrido en la vida de esos 54 millones de mexicanos para los cuales resulta difícil entender por qué un país que se dice rico los condena a la miseria. Todo gracias a los guardianes y sus dogmas.