Desde la infancia nos llamaba la atención el calificativo que la gente daba a algunas personas.
Los llamaban, amargados.
Se referían a seres mal encarados, de poca relación social, muy afectos a criticar a sus semejantes, a estar en eterno disgusto con ellos.
Y como no estábamos muy de acuerdo con la contundencia con que se señalaba a dichas personas, algunas veces nos acercamos a los señalados con tal distinción.
Y encontramos que muchas veces la gente juzgaba mal, que sólo había malos entendidos, pues conocimos a personas, efectivamente poco sociales, pero reservadas en cuanto a juzgar a terceros.
Aunque también encontramos personas fácilmente irritables, a las que todo les molestaba y que no aceptaban más juicios que los suyos.
La vida ofrece infinidad de oportunidades para tratar de ser felices, mas si se busca el lado negativo de las cosas y de las personas, habrá motivos suficientes para vivir siempre mortificados.
Los juiciosos, los sensatos, encuentran pronto que los demás seres del universo viven su vida a su manera y tienen su propia personalidad. En realidad no son ellos los causantes de las molestias y los enfados de los llamados ?amargados?. Es éste quien no vive en paz consigo mismo y a todos culpa de sus supuestos males.
Dichosos los que saben vivir, respetando la personalidad de los demás.
Dichosos los que entienden que todos viajamos en una nave cuya trayectoria no la podemos cambiar, así que hay que hacer el viaje lo más placentero posible, porque a veces termina más pronto de lo pensado y no valieron la pena tantas mortificaciones gratuitas.
Dicho el que sabe vivir y deja vivir plenamente a los demás, especialmente si están cerca de su corazón.
Qué bueno que usted no es una de esas personas llamadas amargadas, porque sabe respetar la personalidad de los demás y con ello reafirmar la suya propia.
