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De La Vida Misma / Durango

Miguel A. Ruelas

Bella y hermosa ciudad capital.

Después de una prolongada ausencia, hemos vuelto a ella para encontrarla acicalada y rejuvenecida.

Toda llena de encantos y de leyendas.

Embrujó desde siempre a toda la familia. Papá decía que a ella lo llevaron muy niño porque a todos les encantaba, y que tan embelesados estaban viéndola desde el Cerro de los Remedios que lo descuidaron y al tratar de evitar que cayera y se fuera cerro abajo lo estiraron tan fuerte que le sacaron un bracito.

Pero eso no mermó sus deseos de volver cuantas veces se pudiera.

Acompañados de un ser querido volvimos a recorrer sus calles, y en el Mercado que está por 20 de Noviembre volvimos a comprar piñones frescos, alfajor de coco y jamoncillos recién elaborados.

Y nos fuimos a recorrer lo que siempre admiramos, empezando con la Casa de las Tres Rosas, ahí donde nació don Antonio, el gran jefe que tuvo esta Casa.

De ahí a la casona que fuera del Conde de Súchil, hoy convertida en institución bancaria.

Y luego a la casona de contra-esquina de Catedral donde está la tienda departamental más moderna con su buen restaurante, para rematar el paseo mañanero con un recorrido por entre los añosos árboles del Parque Guadiana, con su lago de cisnes y patos, limpio y acicalado...

Y para desayunar en el Casa Blanca con sus huevos rancheros y su chocolate con cuernitos de nuez.

Durango tiene muy buena comida, pero el ambiente de paz y bienestar no tiene comparación.

Y estando ahí recordamos todo lo que de Durango contaba José Vasconcelos en su Ulises Criollo, como aquel pasaje que dice:

?Piedras pulimentadas, patios de arquerías, torres valientes, parques dichosos, arboledas de rumores, cielos de cristal: relentes claroscuros que luego la brisa de la tarde apacigua, fausto de la iglesia, tierno sabor de la nieve del italiano, ímpetu de la serranía que asalta el firmamento. Nunca olvidaremos la primera ciudad que regaló nuestra apetencia de hermosura. Otras muchas he visto después, en la meseta mexicana y en otras mesetas, más arquitecturales, más populosas y ufanas de historia de arte, pero ninguna igualó aquella primera lección de belleza obtenida en Durango?.

Voló el tiempo, pronto terminó nuestra estadía en la bella ciudad capital pero la tentación de volver una y mil veces estará latente.

De regreso disfrutamos la tranquilidad del camino admirando los cercos de piedra construidos hace muchísimos años, sin usar un kilo de mezcla o cemento, y ahí siguen mostrando lo que era el ingenio del mexicano de antaño.

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