Desde siempre nos pareció un cuadro mágico.
De niño, uno se preguntaba al asomarse a él ¿quién es ése que me mira así?
Y luego vimos que la gente adulta ya no quería asomarse a él.
Después supimos que era de buena suerte mantenerlo limpio y seguro, y que vendrían tiempos malos si uno lo rompía.
Dicen que cuando llegaron los españoles, cautivaron a los nativos mostrándoles espejos que decían eran cosas mágicas, y los que por primera vez los tocaban y luego miraban lo que reflejaban se asombraban y los querían, pero los que los poseían querían a cambio oro.
Y aparecieron después los espejos que modificaban las imágenes, viéndose, los que a ellos se asomaban, o más gordos, o más delgados o de cara alargada o redonda, etc.
Asomarse a un espejo es costumbre común. Casi no se notan las diferencias que se van registrando en cada persona, pero si nos dejáramos de asomar a esos cuadros mágicos, seríamos los primeros sorprendidos de lo que hace el tiempo.
En el espejo nos vemos todos, tal como somos, porque lo que aparece es la realidad.
Pensando en esto, un día decidimos escribir una columna, donde platicáramos de cosas quizá nuestras o aparentemente nuestras, pero donde el que nos leyera también entrara en el cuadro. Era como si los mismos lectores por medio de esas líneas se asomaran a un espejo de la vida.
Por eso nació esta columna.
A veces estamos narrando cosas de la infancia y quizá algunas veces ahí se ubique usted.
A veces estamos hablando de la familia, y tal vez también usted recuerde lo que ocurre en su hogar.
Queríamos hacer un periodismo de espejo, por eso nació esta columna, en la que anhelamos se asome usted, a ver la vida, simple y sencillamente como es.
