Ha llenado de vida estos parajes semidesérticos.
Antes de que existieran las presas de El Palmito y de Las Tórtolas, dicen que cuando crecía, el Río Nazas inundaba valles y poblados.
Y que en lo que fue el rancho de El Torreón, se llevaba la única construcción que existía y que era una torre con almenas.
Hoy sus aguas vuelven a correr por el río y se introducen en las ciudades por canales revestidos.
Pero en 1991 las aguas que cayeron sobre las presas descritas fueron tan caudalosas que tuvieron que abrir compuertas y dejarlas pasar por su cauce original.
Era un espectáculo ir a ver el torrente achocolatado que volvía a posesionarse del cauce del Río Nazas junto a Ciudad Lerdo y entrando a Torreón.
Y en una de sus riveras estábamos viendo lo imponente del paso del agua, cuando la carpeta asfáltica donde estábamos parados fue devorada por el agua, que había carcomido los cimientos con gran fuerza.
En cosa de segundos fuimos atrapados por la corriente y arrojados río adentro. Era como estar dentro de un feroz remolino que no nos dejaba reaccionar.
Fueron segundos que nos parecieron siglos. Por nuestra mente pasaron muchas cosas envueltas en la desesperación.
Y lo peor nos imaginábamos la tristeza que le ocasionaríamos a nuestros seres queridos.
Uno de ellos estaba cerca y no se dio cuenta porque fue a comprar fruta en un puesto cercano, pero toda la gente gritaba desesperada.
Algún milagro ocurrió porque sacamos fuerzas increíbles para nadar hacia la orilla lo que logramos con muchos esfuerzos y por fin salimos todos empapados.
La gente nos aplaudía mientras que nuestro familiar nos miraba asombrada y asustada.
A veces pasamos por ahí y recordamos que pudimos haber perdido la vida, precisamente en el Río Nazas, que ha sido fuente de vida y bonanza en esta región.
Desde entonces le tenemos un gran respeto y pensamos que alguien nos protege a veces de nuestras imprudencias.