Parte importante en nuestra vida.
Y es que desde los primeros años en las aulas, tuvimos la fortuna de tener como mentores a ameritados personajes de la docencia.
Desde Lupe Villa que conoció de nuestros llantos y nuestros miedos a lo desconocido, y luego la señorita Luisa con su escuelita tan bonita, tan especial, ahí donde terminaban los escalones.
Vinieron muchos después y siempre pensamos que ponían lo mejor de su ser para formarnos. Culpa sería nuestra si no aprovechábamos el tiempo.
Siempre, conforme fuimos avanzando por las aulas, nos fue quedando un sentimiento de agradecimiento y aprecio por todos nuestros maestros.
Quizá a todos, sin olvidar a ninguno, los recordamos el otro día cuando, amigos y alumnos que fuimos del Lic. Antonio Alanís Ramírez nos reunimos a su lado para felicitarlo en su cumpleaños.
Y de pronto estábamos hablando, diciéndole cómo nos había cambiado la vida, porque fue y sigue siendo un maestro generoso, dispuesto a sacarnos de dudas, siempre estudiando y tratando de darnos luz donde está la oscuridad.
Queríamos rendirle un homenaje y nos venían a la mente muchos maestros como él.
Nos quedó la costumbre de seguirle llamando maestro a todo aquél que nos ayudó a formarnos.
No hay nada mejor en la vida que ser agradecido y ser sincero con quienes nos tendieron la mano para caminar mejor.
Cómo olvidar a tantos maestros, que siguen dando lo mejor de su vida para enseñar. Mal pagados, mal comprendidos, llevan adelante su misión. Los habrá distintos, egoístas quizá, pero gracias a Dios nunca los topamos en el camino, porque nos tocaron muy diferentes y nunca es tarde para decirles con el corazón, gracias mil y que el Señor les siga dando paciencia y tolerancia para quienes queremos seguir aprendiendo a pesar de los años.