Nuestro eterno interés por el campo, su tranquilidad y su entorno nos hizo conocerlo.
Ahí estaba siempre en su parcela, la que cuidaba todo el año, sin descansos ni domingos ni días festivos.
Amanecía y ya estaba repartiendo el riego, desyerbando, acicalando la tierra para que siguiera siendo generosa.
Un día que hubo oportunidad le ofrecimos un trabajo diferente, y lo rechazó.
Él estaba enamorado de la tierra y los frutos que podía dar.
Era un soñador, un optimista, un hombre en paz consigno mismo.
A nadie molestó y a todos sirvió.
Nunca se quejó de nada ni de nadie.
Esperaba mucho de las bondades del Señor y decía que un día aparecerían en el gobierno municipal, estatal o federal personas que se interesaran por la gente del campo, por la que sigue cultivando la tierra y sacando de ella los frutos.
Mirando al cielo levantaba el dedo índice de su mano derecha y nos decía: ?Dios verá un día lo que pasa acá, desde que queremos sembrar y hay tantos problemas, los mismos que vuelven cuando ya tenemos los frutos y no hay quién nos pague lo que valen. Y tendrá que ponerle remedio a los que se llevan nuestra cosecha y no nos quieren pagar. El Señor moverá los corazones de los hombres del gobierno para que un día nos atiendan?.
Esta vez hubo un poco más de agua en su parcela y nos prometió una elotada. La cosecha parecía buena. Él se sintió mal pero fue a ver qué faltaba. Los dolores aumentaron y tuvieron que internarlo. Falleció de pronto. Dicen que tenía mucho enfermo pero él nunca se quejó.
Nino se fue de este mundo soñando en que un día el Señor se acordará de los que cultivan la tierra y que el corazón de las autoridades se compadecerá de los seres que siguen pegados al surco, a los que hoy pocos atienden y muchos se llevan las cosechas sin pagar lo que valen o de plano se vuelven ojo de hormiga para no liquidarlas.
Un día, un día, decía Nino.
