Se usaba antes un término que ya no se emplea hoy: "despercudirse". Esa palabra significa despabilarse, despertarse, salir del sopor, letargo, modorra, marasmo o adormilamiento para entrar en actividad. Pues bien: el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas debería despercudirse. Si en verdad quiere ser Presidente de México -para lo cual necesita antes ganar la candidatura de su partido- tiene que mostrar mayor diligencia, dejarse ver más, trabajar con mayor entusiasmo, dedicación y entrega por conseguir ese propósito cuyo cumplimiento desean muchos mexicanos. El ingeniero Cárdenas se enfrenta a un adversario formidable, López Obrador, que anda como braga de furcia, para arriba y para abajo (perdón por ese símil), en la búsqueda de la candidatura y de la presidencia. No puede darse el lujo don Cuauhtémoc de sentarse a ver pasar el cadáver su enemigo. Las postulaciones y los cargos no llegan como maná del cielo: hay que ganarlos con esfuerzo. El general Lázaro Cárdenas, recordarán algunos, era conocido como "La esfinge de Jiquilpan". El origen de ese sobrenombre fue la adustez que en público mostraba Tata Lázaro, más sus silencios y la hierática expresión con que miraba todo y todo oía. Pero en estos tiempos de tanto sonido y tanta furia las esfinges no tienen ya cabida. Se necesita la presencia, la palabra, la continuada acción. Considerando los muchos riesgos que entraña la eventual candidatura y el posible triunfo de López Obrador, la participación del ingeniero Cárdenas en la contienda interna del PRD es un deber casi patriótico. Esa participación debe darse con entusiasmo y energía. Si no, se verán frustradas las esperanzas que muchos mexicanos tienen de que Cuauhtémoc Cárdenas sea el próximo Presidente de México, y su fallida aspiración dará más lustre y brillo a la marcha de López Obrador hacia el poder... ¡Qué barbaridad! Al escribir estas últimas palabras sentí un estremecimiento en el duodeno. Según la Anatomía de Testut esa porción del intestino debe medir 12 dedos; de ahí su nombre: duodeno. En mi caso esos 12 dedos quedaron reducidos a seis, o cuando mucho siete. Narraré algunos cuentecillos sin sustancia, a ver si con ellos sedo mi inquietud... Eran los tiempos de las feroces luchas en Irlanda entre católicos y protestantes. (La religión, ya se sabe, con frecuencia divide a los humanos en lugar de unirlos). Salió un hombre de cierto pub o cantina, y en un callejón se topó con un sujeto que lo vio con mirada hosca. El rudo individuo le preguntó al asustado tipo: "¿Eres católico o protestante?". Pensó el hombre con la rapidez de pensamiento que da el instinto de conservación: "Si digo que soy católico a lo mejor él es protestante, y de seguro me golpeará hasta dejarme inánime. Si digo que soy protestante, a lo mejor él es católico, y pasará lo mismo". Responde entonces: "Ni soy católico ni soy protestante. Soy judío". "¡Por Alá! -exclama entonces el otro esbozando una siniestra sonrisa al tiempo que se remangaba la camisa-. ¡Seguramente soy el palestino con más suerte de todos los que vivimos en Irlanda!"... Una vaca le pregunta a otra: "¿Sabes qué enfermedad es ésa, la de las vacas locas?". Responde la otra vaca: "No sé por qué me lo preguntas a mí. Yo soy una jirafa"... El paciente le dice al siquiatra: "Tengo un grave problema, doctor Duerf. Estoy con una mujer, y tan pronto empieza a quitarse la ropa me acomete el pánico y salgo corriendo de la habitación". Pregunta el analista: "¿A qué atribuye usted eso?". "No sé, doctor -responde el tipo-. Quizá se debe a que esa mujer es mi esposa"... FIN.