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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

En su noche de bodas Meñico dejó caer la bata que lo cubría y dio a ver el escasísimo caudal con que lo había dotado la naturaleza, que a veces se muestra madre avara. Lo mira Rosilí, su flamante mujercita, y exclama con alivio: "¡Ay, qué bueno! ¡Así ya no me va a dar pena tener tan poco busto!"... La señora Finkelstein era viuda y madre de un hijo de 10 años, Moishe. Estaba la señora Finkelstein en el último grado de la necesidad, tanto que se veía obligada a pedir limosna por las calles. Un día de los más crudos del invierno llegó a su casa a las 11 de la noche, transida de frío, con el cuerpo dolorido de tanto caminar y sin haber comido nada. "Hijo -le dice entre lágrimas a Moishe-. Hoy me dieron nada más 50 centavos de limosna. Son los que me pediste para ir mañana al cine; aquí los tienes. No pude comprar nada para cenar, pero busqué en los botes de basura y hallé un poco de comida que vamos a compartir los dos". "No llores, mamacita -la consuela Moishe con ternura-. Cuando crezca seré millonario, y entonces todo lo que te den de limosna y lo que halles en los botes de basura será solamente para ti"... Eran las 3 de la mañana. El señor y su esposa dormían profundamente. Sonó en eso el timbre de la puerta, con lo que ambos se despertaron llenos de sobresalto. "¿Quién podrá ser a esta hora? -pregunta alarmado el señor. Dice su esposa: "Sea quien sea debe tratarse de algo urgente. Ve a ver quién es". Se levanta el hombre, se pone su bata y sus pantuflas y todavía adormilado baja la escalera y abre la puerta. Ahí estaba un individuo en evidente estado de ebriedad. "Perdone la molestia, mi estimado -tartajea el beodo-. ¿Podría darme un empujón?". "¡Son las 3 de la madrugada, mentecato! -rebufa con enojo el de la casa-. ¿Y se le ocurre despertarme así? ¡Llame a un taller mecánico o busque un taxista que le dé el empujón!". Y así diciendo le cierra la puerta en las narices. Vuelve el señor a la recámara y su esposa le pregunta quién había llamado. Responde él: "Era un borracho al que se le descompuso el coche, y quería que le diera un empujón. Lo mandé con cajas destempladas". "Hiciste mal -le dice la señora-. Recuerda aquella vez en que a nosotros se nos descompuso el automóvil. Llovía torrencialmen-te, la noche estaba fría, y sin embargo un hombre bondadoso se detuvo y nos dio un empujón, con lo que pudimos regresar a casa. Te toca ahora ser el buen samaritano". Mascullando pesias el señor va otra vez a la puerta. Sale y no ve a nadie, pues la noche estaba oscura como boca de lobo, si me es permitido ese inédito símil. Llama en voz alta: "¿Dónde está usted?". "Aquí" -se oye decir al ebrio. "¿Todavía quiere que lo empuje?" -pregunta el señor. "Si me hace usté el favor" -responde el temulento. "Pero no puedo verlo -dice el señor-. Dígame dónde está, para ir a empujarlo". Se oye la voz del borracho: "Aquí estoy, sentado en el columpio de su jardín. Venga a empujarme, por favor"... Llegó don Cornulio a su casa y sorprendió a su esposa en brazos de un toroso mocetón. Se hallaban los fornicarios en el lecho conyugal, completamente en peletier -vale decir sin ropa- y en pleno trance de regodeo carnal. Tan grande fue la sorpresa del marido que no pudo articular palabra, y vaya que la lengua castellana es rica en ellas: por millares se cuentan las que registra el lexicón de la Academia, desde "a" hasta "zuzón". Al ver la mujer que su marido la había pescado "in fajanti" se dirigió a él en los siguientes términos: "Cornulio: si te digo que no estamos haciendo nada malo no me lo vas a creer ¿verdad?"... FIN.

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