Esta escalera es grácil y es airosa. Tan airosa que sus peldaños parecen hechos de aire. Ni aun en el país de las escaleras se hallará una tan linda y tan esbelta. Quizá las gradas por donde al Cielo suben las almas de los justos tengan la misma levedad. Esta escalera, entiendo, la ideó y la puso en obra don Manuel Tolsá, valenciano. Se encuentra en el Palacio de Minería, en la Ciudad de México. Por ella no se sube: se flota; así es de amable y descansada. Cuando este último domingo llegué a la Feria del Libro vi una fila muy larga de personas que ascendían por esa escala pétrea. Me pregunté a dónde iban. ¡Cuál no sería mi sorpresa -teatral frase- cuando supe que iban al recinto donde mi libro se iba a presentar! Y ¿qué recinto era ése? El Salón de Actos de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, sitio el principal de ese noble edificio. Lo preside, en dorado relieve sobre el muro frontal, una águila mexicana en majestad, la del Imperio, con las alas abiertas en vuelo y desafío, y lo cerca un coro -un corro- de estatuas de albo mármol que representan las ciencias de la abstracción, y las de la materia y la palabra: Geometría, Física, Gramática... Hay una noble sillería acomodada en filas laterales, igual que en parlamento o sínodo... Lo mismo que sucedió con las presentaciones de mi libro en Monterrey y Guadalajara, sucedió en la merita Capital de la República: un público extenso y cordialísimo abarrotó la sala, y los que no alcanzaron majestuosa silla hubieron de sentarse en el suelo, igualmente majestuoso, y ahí escucharon mi peroración, y cuando la acabé se pusieron en pie todos los asistentes y me dieron un aplauso que pensé que nunca iba a terminar, así fue de prolongado, tanto que al final me uní a él, porque no supe más qué hacer: había agotado ya mi catálogo de reverencias, genuflexiones, caravanas, inclinaciones, venias, prosternaciones, saludos y ademanes de agradecimiento en general. Se formó luego otra larga fila de amables señoras y señores, muchachas y muchachos que ahí compraron mi libro y esperaron pacientemente hasta dos horas para que en él pusiera yo mi firma. Hubo quienes llegaron de Cuernavaca, o de Toluca, o de Pachuca o Puebla, especialmente para asistir a la presentación. Díganme ustedes, queridísimos cuatro lectores que yo tengo, si hay palabras que sirvan para expresar mi gratitud a tanta buena gente que piensa y dice bonito de mi trabajo diario, y se desayuna conmigo cada día, y me encomienda a Dios y a sus cuidados. Y ¿qué decir de Diana, mi casa editorial? Lector desde niño de sus libros, nunca alcancé a pensar que uno mío llevaría su prestigioso sello. Agotada que fue la primera edición de "Lo mejor de Catón escogido por Armando Fuentes Aguirre y lo mejor de Mirador escogidos por Catón", anda ya circulando la segunda. Segundo en ventas fue también mi libro, después de las sexoservidoras apesadumbradas de García Márquez. Voy a decirle a Gabriel -no tengo suficiente confianza con él para decirle "Gabo"- que este año se abstenga por favor de escribir libros, a fin de que en el 2005 alguno mío sea el que se venda más, con la promesa de que el siguiente yo me abstendré de publicar, para que él tenga preferencia, y así podemos irnos alternando año con año... Gracias a Diana, pues; a don José Luis Ramírez, gran señor de los libros; a esa bella y eficientísima muchacha, Sandra Montoya, mi manager itinerante; a Manolo Fernánez, sabio amigo... Y gracias, sobre todo, a mis cuatro lectores: por ellos -por ti- soy lo que soy en este gozoso oficio de escribir... FIN.