A mí no me gustan las declaraciones políticamente correctas. Casi siempre se convierten poco después en impolíticas e incorrectas. Ayer iba yo a hacer una declaración impolítica e incorrecta, pero no la hice por buena educación. En su lugar llené este espacio con una glosa de mí mismo, tema poco atractivo para los incontables seres que no son mí mismo. Iba a decir, en pleno Día de la Mujer, que no debería haber Día de la Mujer. A fin de matizar tan ruda afirmación me proponía añadir que el Día de la Mujer es un mal necesario. Antes de que me tachen de antifeminismo, tacha muy fácil de adquirir en estos tiempos, permítanme explicar esa aserción. Cada uno de los días destinados a celebrar a tal o cual grupo de personas -Día de la Madre, Día del Niño, Día del Anciano, y demás- suele ser la expresión de un remordimiento por las violencias o injusticias que se cometen contra ese grupo de personas. El 10 de mayo, por ejemplo, nos avergüenza la ingratitud con que pagamos los sacrificios de las cabecitas blancas (ahora azules, rojas, moradas, amarillas, platinadas, azabachadas, etcétera), y dedicamos un día del año -uno nada más- a decirle a la madre nuestro amor y a pedirle perdón por nuestra indiferencia y nuestros extravíos. En el Día del Niño recitamos un mea culpa por los maltratos que sufren los pequeños, por el drama de aquellos que viven en la calle, por los infinitos abusos de que son víctima inocente. A los ancianos los festejamos para que por un día olviden nuestro olvido. Y así ad infinítum. O más bien dicho, ad náuseam. Igual sucede con el Día de la Mujer. En él reconocemos la discriminación de que por siglos han sido objeto las mujeres, y aún lo siguen siendo, no sólo en los países atrasados -sin agraviar al presente- sino también en los que hacen gala de modernidad. Los días mencionados son días para hacer conciencia, y es bueno que existan, porque quizás así alguna vez dejen de existir. Mientras tanto sería conveniente proponer que tales días sean sustituidos por uno que se llame "Día de no Joder", cuya celebración sería obligatoria diariamente. En él se aplicaría la antigua regla de oro según la cual no hacemos a los demás lo que para nosotros mismos no queremos. Pondríamos en práctica los valores que hacen digna la convivencia humana: la libertad, la paz, la justicia, el altruismo, la tolerancia y respeto a los demás, la benevolencia y magnanimidad, en una sola palabra, el amor. Si tal hiciéramos todos los días nuestro mundo sería un mejor mundo... ¡Bravo, columnista! ¡Tus palabras han sido inspiradoras! Ganas me dieron al leerlas de salir a la calle valsando un vals sin fin. Y a todo esto: ¿cuándo vas a narrar el vitando relato que anunciaste, titulado "Amor entre nubes" o "Temor fundado"? ¡Saldrá aquí el próximo domingo! Doña Tebaida Tridua, presidenta de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, solicitó una prórroga a fin de analizar el dicho cuento y ver de autorizar su aparición. Eso ha impedido que el chascarrillo vea la luz pública. Pero el día anunciado la verá, si el tiempo no lo impide y previo permiso de la Autoridad... Don Ulpiano, juez de barrio, se corrió una parranda tremebunda. Revuelto el estómago por las copiosas libaciones cantó la guácara, con lo que se ensució toda la camisa. Al llegar a su casa le dijo a su mujer para justificar el daño: "Un ebrio devolvió cuando iba yo por la calle, y mira cómo me dejó". Al día siguiente fue a su trabajo don Ulpiano. Pensó que su mentira de la noche anterior no había sido muy plausible, de modo que tomó el teléfono y llamó a su esposa. "No vas a creer esto, mi amor -le dice-. Acaban de traerme al ebrio que me ensució ayer la camisa. Le voy a poner una multa de 500 pesos". "Pónsela de mil -replica con aspereza la señora-. También se meó en tu pantalón"... FIN.