Éste es el cuento llamado "Amor entre nubes" o "Temor fundado". Es un relato de subido color, motivo por el cual las personas púdicas no deben posar en él los ojos... Se casaron después de cuatro años de noviazgo. En ese tiempo ella no le permitió a él ninguna libertad. Un beso sí, de vez en cuando, pero sin artificios de lengua o exotismos eróticos audaces. Nada que no fuera el leve roce de los labios. En cuanto a tocamientos, ni pensarlo: únicamente de las manos, y eso con la cautela que imponía el miedo de ella de ir a más. Así, cuando se casaron él ardía en deseos igniscentes, y no pensaba en otra cosa más que en consumar en cuerpo lo que tantas veces había consumado en la imaginación. Para colmo el urgido galán ni siquiera se pudo prometer una noche de bodas inmediata: terminada la fiesta nupcial los novios tuvieron que tomar el largo vuelo nocturno que los llevaría a Australia, sitio que habían elegido para iniciar su luna de miel. Ya en el avión, apagadas las luces de cabina y en silencio todo, él le hizo a ella una propuesta osada. "Mi amor -le dijo con acento que reflejaba el ardor de sus deseos, tan largamente contenidos-. El avión está a oscuras; todos los pasajeros duermen ya. ¿Por qué no hacemos el amor aquí, sobre el asiento? Tenemos uno triple para los dos, de modo que hay espacio suficiente para amarnos". "¡Estás loco! -responde nerviosa la muchacha-. ¿Cómo se te puede ocurrir que hagamos eso aquí, en el avión? Nos verán, y pasaremos una gran vergüenza. Espera a que lleguemos al hotel". "Por favor, mi vida -suplica él, encendido-. No puedo ya aguantarme. Mira que todo mundo va dormido, y en esta oscuridad nada se ve". "Te digo que no -repite la muchacha-. Si has esperado cuatro años, bien puedes aguardar unas pocas horas más". "Mira -propone él-. Hagamos una cosa. Ve tú por el pasillo del avión preguntando si alguien trae un chicle. Si uno solo de los pasajeros te contesta, eso querrá decir que no todos van dormidos. Entonces te daré la razón y ya no insistiré. Pero si nadie te responde sabremos que todos duermen ya. En ese caso prométeme que accederás a mi deseo". Ella estuvo de acuerdo con hacer la prueba. Se levantó del asiento y fue por el pasillo preguntando en voz baja, pero audible: "¿Alguien tiene un chicle? ¿Alguien tiene un chicle?". Todo el pasillo recorrió, de uno a otro extremo del avión, y nadie respondió a su petición. Volvió a donde la esperaba su flamante marido, y reconoció con sinceridad que todos los pasajeros dormían profundamente, pues ninguno dio señal de haberla oído. Feliz, en éxtasis de gozo, él procedió de inmediato a consumar con vehemencia la anhelada unión. Apasionado fue el trance, fogoso, febricitante. Siguió el vuelo. Poco después las luces de la cabina se encendieron, y el piloto anunció por el sistema de sonido que pronto llegaría el avión a su destino. Una azafata fue por el corredor a fin de cerciorarse de que todos los pasajeros se encontraran bien. Para su sorpresa vio a una ancianita que tiritaba en su asiento, agitándose toda por la temblorina. "¿Qué le pasa, señora?" -pregunta la azafata con alarma. "Tengo un frío terrible, señorita -responde la anciana dando diente con diente-. Desde hace mucho rato estoy temblando". "¡Pero, señora! -exclama la sobrecargo-. ¿Por qué no pidió usted un cobertor, una taza de té caliente, una copita de coñac?". "¡Ay, señorita! -contesta la vejuca-. Esa pobre muchacha que va ahí pidió un chicle, y sólo por eso le dieron una tremenda follada en el asiento. ¿Se imagina usted qué me habrían hecho a mí si hubiera pedido un cobertor, una taza de té caliente o un coñac?"... FIN.