Hablemos hoy de faros, tema muy poco aprovechado sobre todo en el interior de la República. Si alguien nos preguntara cuál es la cualidad más importante de los faros seguramente responderíamos: "Su luz". Y no andaríamos errados: la luminosidad de un faro es importante. Otra nota, sin embargo, tiene los faros, tan primordial como esa luz: es su fijeza, su inmovilidad. Pensemos en un faro muy luminoso, pero que mudara de sitio a cada paso: que hoy estuviera aquí, mañana allá, y el día siguiente acullá. Con eso los navegantes perderían el rumbo, y la luz de ese faro en vez de ser ayuda sería ocasión de riesgo. Séame entonces permitido un audaz símbolo que explique la parábola. El faro es la Ley. Señala el rumbo, y ha de señalarlo con fijeza, sin desviaciones u otro género cualquiera de mudanza, pues si se altera por circunstancias de mera coyuntura, o si debilita o deja de irradiar su luz, entonces en vez de dar seguridad y certidumbre a la vida comunitaria será amenaza contra ella. López Obrador, aunque alguien lo dude, es una coyuntura pasajera. Hoy está; mañana no estará. Tiene ahora presencia cotidiana hasta el punto en que esta semana no será la de Pascua, sino la de López Obrador. Pero a poco que pase el tiempo -y el tiempo siempre pasa, pues tal es su oficio principal- su presencia se ausentará. Entonces ese señor, ahora omnipresente, será una vaga sombra, y las siglas "AMLO" a nadie le dirán nada, o quien las vea pensará que son el nombre de una línea de autobuses. La Ley, sin embargo, permanece. Por eso su vigencia se debe mantener más allá de circunstancias que ahora parecen aplastantes -"¡Una manifestación! ¡Uy!"-, pero que son en verdad efímeras frente a la duración, que algunos llamarán dureza, de las instituciones en las cuales se funda la vida en sociedad. Lo deseable sería que se asumiera en forma democrática ese riesgo para la democracia que es López Obrador, es decir que sus adversarios políticos lo vencieran en las urnas para evitar que el taimado político se convierta en santón o falso mártir. Pero resulta que el orden jurídico es ingrediente principalísimo de la democracia, pues le sirve de marco y le señala límites a fin de que no se convierta en demagogia, en dictadura de un caudillo apoyado por la muchedumbre. Así las cosas, si a consecuencia de la recta aplicación de la Ley Andrés Manuel López Obrador queda legalmente fuera de la carrera por la Presidencia, eso también será obra de la democracia. No vivimos en un régimen de excepción. El hecho de que otras veces la Ley haya sido vulnerada no debe servir a nadie de pretexto para pedir que se vulnere nuevamente. A fin de cuentas lo que suceda -o no suceda- en el caso del desafuero de López Obrador será mero incidente en un proceso legal cuyo resultado será en última instancia decidido por el Poder Judicial de la Federación. Ojalá no lleguen a los jueces el sonido y la furia de la política, cosa tan enemiga de esa serenidad de juicio, rectitud de conciencia y apego estricto a la legalidad que caracterizan a los buenos juzgadores, del mismo modo que la luz y la fijeza son notas características del faro. (Hermoso símil)... Llegó un marino con el médico. "Doctor -le dice-, padezco molestias por la noche cuando voy en el barco. Si me acuesto sobre el costado derecho me molesta el hígado. Si me acuesto sobre el costado izquierdo me molesta el riñón. Si me acuesto boca arriba me molesta el estómago". Sugiere el galeno con la experiencia que dan los largos años de estudio en su ardua profesión: "Pues acuéstese bocabajo". "No, -replica temeroso el marino-. Entonces me molestarían mis compañeros"... FIN.