Don Astasio llegó a su casa y encontró a su esposa Facilisa en trance de lubricidad con un desconocido. Quiero decir, desconocido para don Astasio, pues estaba claro que su mujer lo conocía bien: le decía: "Papacito", "Méngache p?acá mi chulo", y otras expresiones de las cuales se podía deducir familiaridad entre ellos. Don Astasio colgó de la percha el paraguas y el sombrero y luego encaminó sus pasos al chifonier donde guardaba una libretita en la cual solía apuntar adjetivos denostosos para decirlos a su mujer en tales ocasiones. Regresó al lecho adulterino y le gritó a la esposa: "¡Maturranga!". "Ay, Astasio -replicó ella con voz de queja-. Tienes un mal día en la oficina y luego vienes a la casa y quieres desquitarte conmigo"... El cronista deportivo era argentino, y estaba reseñando un partido de futbol entre las selecciones nacionales de Argentina y Brasil. Dice el cronista: "Termina el primer tiempo con el marcador empatado: Brasil, cero goles; Argentina, ¡¡¡cero goooolaaaazos!!!"... Un periodista entrevistaba a Babalucas. "Dígame -le pregunta-. Si tuviera usted que pasar un año en una isla desierta con una persona, viva o muerta, ¿con quién le gustaría ir?". Responde inmediatamente Babalucas: "Con la viva"... ¡Qué buena gente es la gente de Guamúchil! Allá fui con motivo del aniversario de "El Debate", mi casa de trabajo en Sinaloa. Cumplí una peregrinación sentimental: hice una guardia solitaria y silenciosa ante la estatua de Pedro Infante, hijo predilecto de Guamúchil, el ídolo popular más popular y más idolatrado que México ha tenido. Visité luego el museo dedicado a la memoria del gran cantante y extraordinario actor, y me gustó una frase que se lee ahí, la que dice que Pedro fue "fiel a sus infidelidades". A la hora del yantar disfruté esa exquisitez paradisíaca que es el callo de hacha: en ninguna parte del mundo tal delicia es tan deliciosa como en Sinaloa. También comí sopa de aleta de atún, y camarones, y filetes de mero y de botete, de modo que regresé a mi ciudad lleno de buenas intenciones. Por la noche peroré en el Teatro de la Ciudad ante un público numeroso, cordial y lleno de bondades para mí. Al final hubo una sesión de preguntas y evasivas. Alguien me pidió que dijera cuál era mi religión y cuál mi estado civil. "Soy católico -dije-. Creyente, no practicante. Y soy casado. Practicante, no creyente". Luego otra persona quiso saber mi opinión acerca de la próxima elección presidencial. Ahí no había lugar para rodeos. Contesté: "Creo que el siguiente Gobierno debe ser de izquierda". Silencio en el público. "Pienso -continué- que el próximo Presidente de México debe salir del PRD". Una sola persona aplaudió con entusiasmo. "Pero -continué remarcando bien el pero- opino que ese Presidente no debe ser López Obrador". Ovación atronadora. Para razonar mi contestación hablé de la necesidad de un Gobierno con mayor sentido de la justicia, que vuelva los ojos hacia los mexicanos pobres. Añadí que justicia no es populismo, y menos aun demagogia, y describí cómo el propio López Obrador está conspirando contra su candidatura -para deleite de sus enemigos- al renunciar al uso de los medios que le da la ley para defender su derecho a la postulación. Si por esa actitud mesiánica, dije, por ese absurdo "compló" contra sí mismo AMLO queda inhabilitado legalmente para contender en el proceso electoral, ni siquiera podrá alegar que se le anuló mañosamente, pues no se acogió al orden jurídico para salvaguardar su derecho a participar en la elección. Ahí queda, entonces, mi postura: pienso que el próximo mandatario mexicano debe salir de la izquierda, y concretamente del PRD. ¿Quieren mis cuatro lectores claridad mayor? Diré mañana, con todas sus letras, quién creo que debe ser el próximo Presidente de México... FIN.
