A esta muchacha, bajita de estatura y regordeta, le dicen "Benedicta". Tiene cuerpo de papa... Lord Feebledick salió de su finca rural en Devonshire para asistir a la cacería de la zorra. Tal circunstancia fue aprovechada por lady Loosebloomers, su esposa, para refocilarse con Wellh Ung, el guardabosque. Era este Wellh un fornido mancebo pelirrojo, y ya se sabe que a quienes tienen ese tono capilar se atribuye fogoso ardor erótico. Estaban, pues, en aquel trance de fornicio cuando Ung dijo una expresión muy de su clase. Entre jadeos le preguntó a la dama: "¿De quén shon eshtas coshotas?". Lady Loosebloomers detuvo inmediatamente la acción que la ocupaba y dijo al guardabosque con imperioso acento: "Jovencito: adulterio sí, vulgaridades no"... Ciertamente el enojo de López Obrador es muy justificado. La marrullera acción de los panistas que pagaron su fianza quizá no sea una cobardía, como dijo AMLO con tropical magnilocuencia, pero sí es una cochinada, para decirlo con norteña claridad. Séame permitida una digresión de carácter literario. El escritor norteamericano O. Henry (seudónimo de William Sidney Porter, 1862-1910) es autor de un delicioso cuento que se llama "El policía y el himno". Es la historia de Soapy, un vagabundo neoyorquino que cada año, a la llegada del invierno, se las arregla para ser puesto en prisión. Así se libra de pasar a la intemperie la gélida temporada. Son los últimos días de noviembre, y Soapy empieza a cometer las acostumbradas infracciones que en otros años le han servido para ir a la cárcel. Pero en esta ocasión no le resultan. Le arrebata en la calle el paraguas a un señor, y el hombre no protesta, aunque está cerca un policía, pues sucede que él mismo se robó ese paraguas en un café, y piensa que Soapy es el dueño de la prenda. Luego el vagabundo le dice piropos encendidos a una muchacha. Espera que la chica llame a un gendarme. En vez de hacer eso la damisela acepta sus requiebros y se le cuelga del brazo para seguir la aventura. Cansado de sus inútiles empeños por ir a la prisión entra Soapy en una iglesia para calentarse un poco. Están sonando en el órgano las notas de un bello himno religioso, se irisan en los vitrales las luces del crepúsculo. Soapy se conmueve. Piensa en su inútil vida; se avergüenza; le duelen sus pasados yerros; se arrepiente y hace firme propósito de enmienda. Buscará un trabajo, cambiará de vida, será otro hombre, tendrá una familia. En eso siente una pesada mano sobre su hombro. Es un policía. "¿Qué haces aquí?" -pregunta el oficial. "Nada" ?balbucea Soapy. "A la cárcel, entonces". Hasta aquí la historia de O. Henry. En el caso de López Obrador la verdad es que su voluntad de ir a la cárcel ha sido violentada por aquellos que en forma indigna y marrullera pagaron la fianza sin su consentimiento. Con esa maniobra abogadil Fox y sus copartícipes manipulan la ley, hacen burla de ella y de las instituciones encargadas de aplicarla. Si AMLO quiere ir a prisión por convenir así a su interés político, está muy en su derecho. El Gobierno y el PAN se enredan en sus mismas redes, y caen en el ridículo por obra de sus propias zancadillas. Pocas veces la política ha llegado en México a niveles tan bajos como éste... Un señor y su esposa fueron a los toros. Al terminar la corrida la gente empezó a salir toda al mismo tiempo, y se formó una tremenda aglomeración en el corredor de salida de la plaza. Le dice el hombre a su mujer: "Ponte detrás de mí, para yo abrirte paso". Así lo hizo ella. A poco, en medio de aquel sofoco y apretura, la señora le dice con angustia a su marido: "Viejo: me vienen agarrando las pompas". "No te preocupes -responde con toda calma el individuo-. Yo me estoy desquitando aquí delante"... FIN.