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Catón

Un granjero tenía una yegua. Cuando llegó la primavera el animal entró en celo, de modo que el granjero fue con su compadre, que vivía en la granja vecina, a fin de que le prestara uno de sus caballos sementales. "Llévese éste, compadre -le dice el otro-. Es muy bueno para eso". Y le entregó un caballo alazán de buena alzada. Se lo llevó el granjero. Pero sucedió que al llegar con la yegua el tal caballo no dio señales de interés en la hembra, a pesar del evidente interés de ella por recibir las atenciones del visitante. Al día siguiente el dueño del caballo llegó a la granja de su compadre. Éste había salido, pero se hallaba ahí la comadre. "¿Qué tal se portó el alazán, comadrita?" -le pregunta. "Muy mal -compadre -dice la mujer-. Ni siquiera se interesó en la yegua". "Ya sé lo que pasó -contesta el hombre-. Hay una buena distancia de mi granja a la de ustedes, y al caballo le hizo falta el masaje que le doy después de que anda mucho. ¿Tiene usted un cepillo con púas de alambre?". La señora trajo uno, y el compadre procedió a frotar con vigor el lomo del caballo. Al punto el animal entró en estado de excitación febril, y cumplió su tarea con la yegua no una vez, sino dos y más. Días después el hombre regresó por su caballo. "Llévese su animal, compadre -le dice el dueño de la yegua-. No sirvió". "¿Cómo que no sirvió? -replica el otro-. ¿Qué no le contó mi comadre lo que sucedió después de que usted se fue? Le di al caballo un masaje con un cepillo de púas de alambre, y cumplió su tarea a satisfacción". "¡Qué barbaridad, compadre! -exclama el otro-. ¡Ahora lo comprendo todo! ¡Por su culpa mire usted cómo me tiene la espalda su comadre!"... El peso de la multitud es grande, es aplastante. Fue enorme el número de quienes acudieron a la manifestación del domingo en la Ciudad de México. La visión de esa marcha puede hacer a cualquiera perder la perspectiva de las cosas. Se puede caer en la tentación de suponer que la decisión final en los asuntos nacionales recae en esos abstractos, vagos entes que son "el pueblo", "la sociedad civil", etcétera. Pero eso no es así. Tal decisión corresponde a las instituciones, independientemente de la idea que se tenga de ellas. Me pregunto si esas instituciones, particularmente el Poder Judicial, serán capaces de hacer abstracción de una muestra de fuerza política tan grande como la que consiguió López Obrador con esa manifestación. En rigor de verdad la multitud que acudió a ella, y diez o veinte multitudes más como ésa, no deben ser capaces de cambiar ni una tilde siquiera de la ley. Sigo sosteniendo que en el orden jurídico se debe fincar todo lo relativo al caso López Obrador. Deseo vivamente que aquellos a quienes tocará aplicar la ley en este asunto lo hagan con rectitud, sin dejarse mover por las presiones de un lado u otro, sino ateniéndose estrictamente a lo determinado por la juridicidad. El bien de la República, su seguridad y la de los ciudadanos, no estriban en coyunturas políticas variables, sino en la permanencia de la ley. Ojalá los juzgadores no hayan visto esa manifestación pro López Obrador, ni consideren tampoco los torpes manejos de sus adversarios, de modo que con independencia de uno y otros, y sin responder a presiones de ninguna clase, puedan cumplir su misión de salvaguardar el bien de la Nación salvaguardando el orden jurídico en que se finca su existencia... Pirulina, muchacha muy avispada, le dice a Simpliciano, joven con poca ciencia de la vida: "Simpli: estoy dispuesta a entregarme a ti por amor". "¿De veras, Pirulina?" -exclama el muchacho, ilusionado. "Sí -completa ella la frase-. Por amor a mil 500 pesos"... FIN.

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