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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Lubricio era un joven salaz, concupiscente, lleno de rijos de libídine. A sus padres les preocupaba eso, pues el muchacho andaba siempre trasijado, con la mirada perdida y los movimientos lasos. Acordaron llevarlo a un sicólogo a fin de que le quitara aquella sensual monomanía. El especialista procedió a aplicarle un test al jovenzuelo. En una hoja de papel puso un puntito con su lápiz. "¿Qué es esto?" -le preguntó. Responde sin vacilar Lubricio: "Es una hermosa mujer morena. Su busto enhiesto, su cintura de palma datilera y sus fornidas ancas me recuerdan a una odalisca de sarraceno harén". A continuación el sicólogo dibujó una pequeña rayita. "Y esto -le pregunta a Lubricio- ¿qué es?". Contesta el muchacho sin dudar: "Es una bella mujer rubia. Su alba frente, su melena blonda, sus pequeños senos de doncella núbil y sus finas y largas piernas marfilinas me hacen pensar en una Lorelei de las antiguas y vagarosas leyendas renanas". Por último el sicólogo dibujó un diminuto ángulo agudo. "Y ¿qué es esto?" -le pregunta al voluptuoso joven. "Es una linda pelirroja -contesta Lubricio-. Su abundoso tetamen, su prominente grupa, sus apetecibles muslos y sus torneadas piernas me mueven a evocar aquellas girls que Varga dibujaba". El sicólogo se pone serio: "Joven -le dice a Lubricio-. Me doy cuenta de que en lo único que piensa usted es en el sexo- "No, doctor -replica el muchacho-. Lo que pasa es que usted dibuja bien cachondo"... Capronio y su mujer, doña Suplicia, fueron a un día de campo. No se percataron de que habían entrado en tierras de una ganadería de reses bravas. Un toro fue hacia ellos, e iba a embestirlos. Capronio trepó a un árbol con la notable agilidad que el miedo da, pero doña Suplicia no pudo hacer lo mismo, y el toro hizo por ella. Tomó la desdichada el mantel que había tendido sobre el césped para poner las viandas, y usándolo a manera de capote empezó a esquivar las fieras acometidas del burel. Desde arriba del árbol le gritaba Capronio: "¡Ole! ¡Ole!". Una y otra vez logró burlar Suplicia al toro que -debo decirlo por sentido de elemental justicia- a más de ser de trapío era animal noble y de franca embestida, pues no hacía derrotes alevosos, sino antes bien parecía carretilla por lo bien que iba al capote. Desde la seguridad de su árbol seguía jaleando Capronio a su consorte. Le gritaba con entusiasmo de buen aficionado: "¡Ole! ¡Y qué bien que torea la ninia! ¡Viva tu mare, resalá!". Se cansó la señora de dar tantos pases naturales, y dice a su marido: "Capronio, baja del árbol y hazme el quite con tu chaqueta, para descansar un poco, pues ya no puedo más seguir toreando". "No -se niega Capronio-. Si bajo ¿entonces quién te va a gritar ?Ole??"... Los mexicanos estamos ligeramente jodidísimos, con disculpas por esa ática expresión. He aquí que quienes se dicen defensores de la legalidad atentan en nombre de ella contra la democracia, y quienes se llaman adalides de la democracia atentan en nombre de ella contra la legalidad. Esos dos términos no son opuestos, ni se contradicen. La ley es requisito fundamental del ejercicio democrático, y la democracia no puede rendir frutos si no es mediante el respeto al orden jurídico. Si va a haber diálogo entre Fox y López Obrador, es decir entre el supuesto Gobierno Federal y el supuesto Gobierno del DF (por estos días los dos gobiernos son una mera suposición fincada en la benevolencia del observador) tal diálogo debe partir del respeto de las dos partes a ambos conceptos: la democracia y la legalidad. Nadie pretenda sacrificar una para favorecer la otra, pues entonces cualquier acuerdo salido de ese diálogo sería indebida transacción... FIN.

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