Recordemos el caso de aquel hombre que iba manejando un vehículo de lujo, grande, poderoso y de último modelo. Se le adelantó un cochecito compacto, de modelo atrasado, lleno de abolladuras y con la pintura desteñida. Al hacerlo estorbó el paso de aquel flamante vehículo, cuyo conductor se vio en la precisión de frenar levemente. Eso lo irritó en tal manera que le envió cinco insultantes bocinazos al otro. No sólo hizo eso: se le adelantó con violenta rapidez, y bajando la ventanilla le hizo señas de que se detuviera. Con movimientos desafiantes le dio a entender que dirimirían aquel asunto en forma personal. El cochecito compacto se detuvo a la orilla de la calle. Detuvo también su poderoso vehículo el prepotente tipo, y descendió de él levantándose las mangas, dispuesto ya a pelear. Se abre la puerta del cochecito y de él bajó un hombrón como de 2 metros de estatura, de unos 150 kilos de peso, con espaldas de gigante, cuello de toro, brazos como aspas de molino y puños que parecían yunques. Lo ve el otro y pregunta con voz tímida: "¿Se vale rajarse?"... Por más de una razón este relato tiene semejanza con el curso que tomaron las relaciones entre el Gobierno de la República y López Obrador. Después de todo lo que Fox y su gente hicieron para dañar al Jefe del Distrito Federal, tal parece que al último le dijeron: "¿Se vale rajarse?". No sólo abrieron las puertas que tenían cerradas, las del diálogo: además tuvieron que presentar sus renuncias los funcionarios en quienes mayormente había encarnado esa acción persecutoria: Macedo de la Concha y Vega Memije. Ahora bien: esa reconsideración de Fox es encomiable, y muestra por primera vez tino político en el Ejecutivo. ¿A qué se debió ese súbito cambio de actitud? Pienso que el Gobierno foxista se vio frente a la Historia, señora imponente y atemorizado-ra. Fox habría pasado a ella como el hombre que se benefició con la democracia y luego la estorbó. Hay que decir, sin embargo, que López Obrador también ha reconsiderado: aparentemente ha abandonado ya su discurso amenazador, beligerante -el de su peroración de politicastro agreste ante la Cámara de Diputados- y ha adoptado ahora un tono conciliatorio, y aun respetuoso, ante el Presidente de la República. Eso también es de alabarse, igual que merece encomio la postura de AMLO al llamar a sus seguidores a la civilidad, cuando una sola palabra suya bastaría para incitarlos a la violencia. Tal cambio, sin embargo, no significa que López Obrador sea ahora un hombre distinto del que era hace unos días, o que haya adquirido madurez y alcanzado de pronto estatura de estadista, como juzgan -a mi juicio con sobra de optimismo- algunos observadores, impresionados quizá por la multitudinaria manifestación del último domingo. Cambios así no se hacen de la noche a la mañana, como el jocoque. Todo lo sucedido no cambia un ápice en la personalidad de López Obrador; antes bien -ya lo veremos más temprano que tarde- todo esto podrá acentuar después su estilo populista y demagógico, su protagonismo mesiánico, su arrogancia. Tampoco el acierto de Fox al enmendar el rumbo hará de él un Presidente mejor de lo que ha sido. Sin embargo el mensaje presidencial y la comedida respuesta de López Obrador son una buena noticia que alivia la tensión en el País y abre nuevos caminos de diálogo y conciliación. Ojalá de todo esto no deriven lesiones al ejercicio democrático o al orden jurídico. Si ninguno de esos valores sufre daño, si por debilidad de una de las partes o prepotencia de la otra no se hacen indebidas transacciones sobre ellos, entonces vamos a tener justos motivos de celebración... FIN.