Don Cornulio les contó a sus amigos muy emocionado: "¡Hasta ahora que estuve enfermo de la gripe me di cuenta de lo mucho que mi señora me ama! Estuve en casa sin salir tres días, y fue tanta su alegría por tenerme ahí que cada vez que sonaba el timbre de la puerta ella se asomaba por la ventana del segundo piso y en voz baja, para no molestarme, le decía al que llegaba: '¡Mi marido está en casa!'"... Capronio fue a jugar golf. Al empezar el juego uno de sus compañeros le comenta: "Mi suegra me está viendo desde la terraza. Este tiro tiene que ser perfecto". Le dice Capronio con escepticismo: "Está muy lejos. Desde aquí no le vas a pegar"... Dulcilí era una chica ingenua, sin ciencia de la vida. Era más cándida que una paloma. Que una paloma cándida, quiero decir, que también debe haber palomas mendiguillas. Con motivo de sus estudios debió Dulcilí dejar su pueblo para ir a vivir en la gran urbe. Su madre, temerosa de lo que pudiera sucederle ahí, la aleccionó debidamente. Le dijo: "Ten cuidado con los muchachos. No faltará alguno que te invite a ir con él a su departamento, y si se te sube encima te deshonrará". Días después Dulcilí llamó por teléfono a su mamá. Le dice contenta y orgullosa: "Tenías razón, mami. Anoche un muchacho me invitó a ir con él a su departamento. Pero recordé muy a tiempo lo que me dijiste, y antes de que se me subiera encima ¡me le subí yo encima a él y lo deshonré!"... Susiflor le dice a Rosibel: "Mi novio tuvo un accidente, y en dos meses no iremos al cine". "¡Qué barbaridad! -se consterna Rosibel-. ¿El accidente le afectó la vista?". "No -precisa Susiflor-. Pero le vendaron las manos. ¿Qué caso tiene ir al cine?"... La visitante le pregunta a la señora de la casa: "¿Cuántos hijos tiene usted?". Responde la mujer: "Los tres que ve aquí, y otro que viene en camino". "¡Mire! -exclama la otra-. ¡No se le nota!". Añade la señora: "Y no tarda en llegar. Lo mandé a traer refrescos"... El gran reloj de palacio empezó a sonar las 12 de la noche. Ansiosamente la Cenicienta se desasió de los brazos del príncipe, con el que bailaba un cadencioso vals, y echó a correr para salir de ahí. En la escalera dejó una de sus pequeñas zapatillas de cristal. La recoge el príncipe, amoroso, y estrecha la prenda contra su corazón: se ha enamorado de la dueña de la zapatilla; la buscará para desposarla. Pero en eso se devuelve Cenicienta y le pide: "Dame mi zapato, por favor. De aquí me voy a un antro"... Babalucas contaba, desolado: "Me dijo una chica en el teléfono: "Ven a mi casa; no hay nadie. Fui, y no había nadie"... Don Crésido, riquísimo señor, se casó con Nalgarina Granderriére, vedette de moda. En la noche de bodas el maduro galán advirtió con sorpresa que su flamante mujercita tenía pegadas en el cuerpo algunas etiquetas con algo escrito en ellas. Don Crésido se puso los anteojos de leer y leyó lo que decían las etiquetas, cada una puesta en una de las mórbidas redondeces de la frondosa cantantriz. La del busto decía: "500 pesos". La de las pompas decía: "Mil". Otra tenía inscrita la cantidad: "2 mil". El rico señor suspira con tristeza y dice: "Ahora sí ya no me cabe duda, Nalgarina: te casaste conmigo por dinero"... En la banca de un parque dos mamás estaban amamantando a sus respectivos críos. Una de las señoras era blanca; la otra era de color. El hijito de la señora blanca no quería tomar el alimento, en tanto que el negrito tomaba el suyo con fruición. (El hijo de la señora blanca era Pepito). Le pregunta su mamá con cariñoso acento: "¿No va a comer mi niño?". Y contesta Pepito: "Sí. Pero yo también quiero de chocolate"... FIN.