Lord Feebledick volvió a su casa después de asistir al partido anual de cricket entre el equipo de su universidad y el de Eton. Al pasar por la recámara de su mujer ¿qué vio? A lady Loosebloomers, su esposa, en trance de carnalidad no con un hombre, como era su práctica habitual, sino con dos. El primero era lord Ding-a-ling, cultivador de setas, y el otro era master Dighten, esquire, palafrenero de la finca convecina. Lord Feebledick era hombre de mundo, y estaba hecho a los modernos usos. No habría dicho nada si milady hubiese estado con un solo hombre, según prescriben la decencia y el buen trato social. Pero estaba con dos, y eso ya le pareció una demasía reprensible. Así, le dijo a su mujer sin levantar la voz: "Vulpeja. Raposa. Zorra. Vulpes vulpes". (Como se ve, hasta en eso evidenciaba lord Feebledick su gran afición a la cacería de la zorra). Se endereza lady Loosebloomers y pide a su marido con ofendida dignidad: "Por favor, delante de las visitas no uses palabras fuertes"... El joven cliente del carnicero le dice muy contento: "¡Felicíteme, don Achuro! ¡Mi señora dio a luz anoche a nuestro primer hijo! ¡El bebé pesó 3 kilos!". Pregunta el carnicero: "¿Con o sin hueso?"... Se casó el famoso Arak Acet, campeón de artes marciales. Al comenzar la noche de bodas se plantó frente a su flamante desposada, que lo esperaba ya en la cama, y conforme al uso de su disciplina gritó con estentórea voz: "¡Yaaaaa!". Tras lanzar ese grito de guerrero se precipitó sobre su mujercita a fin de consumar la unión. Exactamente 30 segundos después dijo Arak, ahora con voz feble: "Ya"... Conocí recientemente a una pareja de candienses que viajaron por carretera en su automóvil, desde Montreal hasta Cancún. Les pregunté cuál había sido el tramo más difícil de su largo recorrido, y me dijeron: "La carretera entre dos ciudades de México: Saltillo y Monterrey". Me quedé turulato, patidifuso, estupefacto y boquiabierto, pues yo hago ese trayecto prácticamente todos los días, ya para ir a Monterrey, generosa ciudad que me ha adoptado como suyo, ya para trasladarme al aeropuerto regiomontano, desde donde viajo a todos los rumbos del país, del extranjero y de otras partes. Tienen razón mis amigos de Canadá: viajar por la carretera Monterrey-Saltillo se vuelve cada vez más peligroso, porque esa vía es paso obligado del tránsito pesado que va de la frontera al interior de la República. Es raro el día en que al viajar uno por ahí no mira un accidente; con frecuencia el tráfico se interrumpe durante horas a causa de los choques y las volcaduras. Es cierto: hay planes para construir una nueva carretera, pero por lo que estamos viendo sucederá lo mismo que con aquellos dos curitas que hablaban acerca del celibato sacerdotal. "Padre -le pregunta uno al otro-. ¿Usted cree que alguna vez la Iglesia permitirá que los curas nos casemos?". "¡Uh! -replica el otro con escepticismo-. ¡Eso lo verán nuestros hijos!"... Termina el trance de amor en el discreto motelito, y la muchacha le pregunta con romántico tono a su galán: "Pitoncio: ¿me seguirás amando después de que nos casemos?". "Supongo que sí -responde el tal Pitoncio después de considerar el caso-. Siempre me han atraído las mujeres casadas"... Llegó un cubano a la Ciudad de México, y en la calle una chica le ofreció sus servicios amorosos. "¿Cuánto cobras?" -inquirió el habanero. "Mil pesos" -le respondió la chica. "¡Mil pesos! -se burla el visitante-. ¡Cómo mil pesos, linda! ¡En Cuba me consigo muchachas más bonitas y más jóvenes que tú, y les pago con un jabón o una pluma atómica!". Pregunta con enojo la muchacha: "¿Y entonces qué andas haciendo en México?". Responde el cubano: "Vine a comprar jabones y plumas atómicas al mayoreo"... FIN.