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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Mi deporte predilecto es el beisbol, lo he dicho muchas veces. Puedo disfrutar otros -quizás ahora con excepción del box-, pero gozo más ese que ha sido llamado el Rey de los Deportes. Ningún otro tiene su magia y su riquísimo folclor. (No cuento, claro, aquí la fiesta de los toros. La tauromaquia no es deporte: es arte, es drama y es liturgia). Estoy muy lejos de saber de beisbol lo que mi hermano Carlos sabe, o lo que saben mis amigos Joaquín García Barella, Mario Dávila y Miguel Ángel Arizpe Cordero, o mi sobrino José Luis de la Peña Flores, todos ellos devotos partidarios, como yo, de los Saraperos de Saltillo. Pero empecé a ir al beisbol desde que apenas podía caminar, y espero seguir yendo todavía cuando apenas pueda caminar. He tenido el privilegio de conocer figuras señeras en el apasionante mundo del beisbol. Uno de esos valiosos personajes es Pepe Maiz García, que tanto bien ha hecho al beisbol a lo largo de su vida. Fue parte de aquellos Niños Campeones que dieron a México el primer gallardete en la Serie Mundial de las Ligas Pequeñas, y es ahora el alma de ese equipo legendario que son los Sultanes de Monterrey. A Pepe Maiz, a su señor padre, a su familia, se debe que la capital nuevoleonesa tenga el que en opinión de muchos es el mejor estadio de beisbol en la República. Hombre sencillo, y aun humilde, dueño de cualidades que hacen de él una persona buena, Pepe Maiz fue objeto hace unos días de un torpe ataque salido de quién sabe qué oscuro rincón de la mezquindad humana. Tan injusta agresión hizo que se manifestaran el reconocimiento y la gratitud que Pepe se ha ganado por todo lo que ha hecho en bien del beisbol y de la comunidad regiomontana. Le pediré a mi amigo, ese caballeroso señor que es don Rafael Domínguez García, que haga llegar a Pepe esta expresión de solidaridad y afecto, eco de todas las expresiones que han vertido quienes verdaderamente aman al beisbol... Aquel hombre casado bebía en otras fuentes, y ni siquiera le importaba que su esposa supiera de sus devaneos. Le decía: "Tú eres la catedral; las demás mujeres son nada más las capillitas". Cierto día el majadero llegó a su casa y encontró a su mujer en compañía de un sujeto. Le dice la señora: "Si soy una catedral no te extrañe que otros vengan a oficiar en ella"... Babalucas le preguntó a una chica de tacón dorado: "¿Cuánto cobras?". Responde ella: "Depende del tiempo". Y precisa Babalucas: "Digamos con clima fresco, viento ligero y lluvias aisladas"... Ovonio Grandbolier, el hombre más flojo del condado, les dice a sus amigos: "Tengo en mi casa un problema de mantenimiento. Mi mujer ya no me quiere mantener"... Presento a mis cuatro lectores este matrimonio: el matrimonio Hit. El señor es de provecta edad, pachucho ya. En él se han agotado todos los rijos de la varonía, y ni el licor de damiana, ni la hueva de lisa, ni la yerba garañona, ni toda la parafernalia de la marisquería, y ni el moderno Viagra -ni aun el Plus, que garantiza a las esposas buenos resultados- podrían hacer que se levantara el feblecido lábaro de su masculinidad. Ella, por su parte, es fea, retefea, requetefea, fea en grado superlativo, más fea que un coche por abajo. Es fea como el pecado. (Como el pecado feo, digo, porque hay pecados bonitos). Es fea con efe de foco fundido. De ahí el nombre que a este matrimonio el vulgo le ha aplicado: matrimonio Hit. Le llaman así porque, como se dice de los hits en el lenguaje del beisbol, él es imparable, y ella es incogible. ¡Mucho gusto de haberos conocido, matrimonio Hit!... FIN.

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