Extraña cosa es esta de la democracia. Cuando en México no había democracia sabíamos el nombre próximo del Presidente de la República desde el momento mismo en que el PRI daba a conocer el nombre de su candidato. Ahora que hay democracia sabemos quién será el próximo Presidente cuando ni siquiera es candidato todavía. Casi todos los analistas dan ya por cierto que el sucesor de Fox será López Obrador. Ni en una monarquía se tiene tal certidumbre sobre la sucesión. No cuestiono esa profecía acerca de la llegada de AMLO al poder presidencial. El tabasqueño tiene seguros dos votos que sin duda lo llevarán al Palacio Nacional (ya no a Los Pinos). Esos dos votos son el de la ignorancia y el de la pobreza. Lamento, sin embargo, que ante la evidente ventaja de López Obrador sobre sus posibles adversarios haya una especie de abandono de la actitud crítica por parte de quienes deben pasar por el tamiz de la crítica objetiva a los políticos que aspiran al poder. Muchos observadores de la vida nacional se inclinan ante los números de las encuestas, y los consideran único factor de importancia para juzgar a López Obrador, sin tomar en cuenta elementos éticos que no se pueden olvidar ni aun en vista de la aplastante popularidad del perredista. Todo se le perdona a AMLO por contar con la fuerza de la masa; se olvidan sus omisiones y desvíos, sus tremendos dislates, su desdén por la legalidad, su frívola prepotencia, la corrupción que surgió a su alrededor sin que él -es lo que dice- se diera cuenta, y el colosal endeudamiento de su administración, todo porque seguramente va a ganar. La posibilidad del triunfo, y aun el triunfo mismo de un político no anulan sus tachas y defectos, antes bien los acrecen y evidencian. Algo muy parecido sucedió en el caso de Fox: quienes lo criticábamos como candidato éramos considerados enemigos del cambio democrático, aunque también hacíamos la crítica del candidato priista y expresábamos nuestra convicción de que lo peor que podía pasarle a México es que se prolongara otros seis años la dominación del PRI. Pensábamos que el cambio democrático debía darse, pero con otro abanderado, no con Fox, que tantas fallas mostraba como candidato, aunque lo fuera brillante y convincente. Con AMLO la historia se repite.Varias veces he expresado mi convicción en el sentido de que el país requiere ahora un Gobierno de izquierda, de contenido social, que mire por la justicia y atienda los reclamos de los mexicanos pobres. Pero creo también que López Obrador no debe encabezar ese Gobierno: carece de los atributos personales necesarios para ser un buen Presidente de México. Da la impresión de ser inteligente y hábil; pero es sólo taimado y socarrón. Pregona la honestidad, pero en su administración se han cometido algunos de los más escandalosos casos de corrupción en la historia del Distrito Federal. Se presenta como reivindicador social, pero es sagaz demagogo que con el dinero público ha ido labrando su imagen de presunto salvador. Bajo su populismo se acogerán los viejos partidarios del estatismo autoritario, del paternalismo gobiernista; con él México retrocederá y volverá a caminos del pasado. Y esta profecía es de seguro cumplimiento, igual que la de aquellos que desde ahora ven la llegada de López Obrador a la Presidencia como un hecho inevitable, irremediable, inexorable, inapelable, insalvable, inexcusable, irrevocable, fatal e ineluctable (¡Gulp!)... El explorador blanco le pregunta al piel roja: "¿Qué fue de aquella hermosa doncella de tu tribu, aquella linda sqwaw llamada Cristal del Viento?". Responde con voz hosca el indio: "Nos atacaron los Yellowdongs y se llevaron a nuestras mujeres. Ahora Cristal del Viento llamarse Vidrio Soplado"... FIN.