Empieza esta columna con un cuento de esos que los franceses llaman risque, o sea peligroso. Las personas que no gusten de leer esa clase de cuentos omitan su lectura... Una muchacha fue con el dermatólogo. "Doctor -le dice, estoy muy preocupada, pues me han salido en el busto unas extrañas manchas rojas". El doctor le pidió que le mostrara la región afectada por la coloración, y la chica puso al descubierto las ebúrneas redondeces de su turgente galacterio. Echó un vistazo el médico al ubérrimo tetamen. Luego echó otro vistazo, y otro, y otro. Después de aquella concienzuda observación -el médico era un profesional- dictaminó: "Lo que sucede, señorita, es que tiene usted rozado el pecho. Aquí lo que hace falta es un cambio de navajas de rasurar". "No las uso, doctor -replica ella mortificada-. Nunca he tenido vello en el pecho". "No me refiero a usted -precisa el médico-. Digo que hace falta que su novio cambie de navajas de rasurar"... (No le entendí)... Ovonio Grandbolier, el hombre más perezoso del condado, llegó deshecho en llanto con el alcalde de su pueblo. Le dijo entre sollozos que su esposa había muerto, y que no tenía dinero para darle cristiana sepultura. El edil, conmovido, hizo que le entregaran una cierta cantidad para los gastos funerales. Días después el alcalde iba por la calle y vio muy campante a Grandbolier del brazo de su señora. "¡Cabrísimo grandón! -profiere el munícipe indignado-. ¡Te dimos dinero para el entierro de tu mujer, pues nos contaste que había muerto, y resulta que está vivita y coleando!". "Lo del coleo es cosa que a nadie le interesa -responde amoscado el tal Ovonio-. Y en cuanto a que esté viva, tarde o temprano va a morir, y entonces justificaré el dinero que me diste. ¿Le vas a reprochar a un hombre que quiera vivir unos cuantos años más en compañía de su amada esposa?"... Viene ahora un cuento inane seguido de una inane reflexión... El hijo adolescente le dice a su papá, hombre machista: "Padre: tengo un lío de faldas". "¡Ése es m?hijo!" -profiere muy orgulloso el machista genitor. "Sí -continúa el hijo ahora con voz aflautada-. No sé cuál de estas dos ponerme". Yo digo que ni una mujer debe ser de muchas faldas ni un hombre de muchos pantalones. La calidad de un hombre no estriba simplemente en su hombría, sino en su hombría de bien; y una mujer no lo es plenamente por tener muchas faldas, sino porque es capaz de realizar, también para su bien y el bien de los demás, todas sus potencialidades de mujer. Eso de: "Fulana tiene muchas faldas", o: "Mengano tiene muchos pantalones" es anacrónica bravata. Que el hombre sea sencillamente hombre y la mujer sencillamente mujer. Que cada quien se realice según su propia condición. Todo lo demás se dará por añadidura... Llegó don Astasio a su casa y sorprendió a su mujer en ardiente consorcio de libídine con un desconocido. Desconocido para don Astasio, claro, pues ella le decía al sujeto: "¡Negro santo!", "¡Morochito lindo!", "¡Nadie como tú, mi rey!" y otras expresiones similares que daban a ver la familiaridad que sin duda había entre el concubinario y la concuasada. Fue don Astasio al chifonier donde guardaba una libretita con voces anatematizadoras para decirlas a su mujer en esas ocasiones, y al regresar le dijo con indignación: "¡Fulastre!". Ella no interrumpió el meneo que en ese instante la ocupaba. (La señora tenía un gran sentido del compás, y nadie podrá decir de ella que lo perdió alguna vez). Le preguntó en seguida don Astasio: "¿Qué hace este individuo que yo no haga?". Sin perder el ritmo la señora le contestó: "Me paga"... FIN.