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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Ultimiano estaba en su lecho de agonía. Con el último aliento que le quedaba -la verdad es que nunca tuvo muchos- le pregunta a su esposa: "Dime, Balagarda: ¿alguna vez me fuiste infiel? Respóndeme con la verdad, te lo suplico, al cabo que ya voy a morir". "¡Ah no! -se defiende la señora-. ¿Y luego si no te mueres?"... La justicia es una dama muy errátil. No hablo de la justicia mexicana; hablo de la justicia en general. Michael Jackson, por ejemplo, sale limpio de polvos y pajas en Estados Unidos. (Tierra de la oportunidad es ésa. ¿En dónde más, dijo alguien, un hombre negro y pobre puede convertirse en una mujer blanca y rica?). El caso de este cantante, con el anterior de O.J. Simpson, fortalece mi convicción en el sentido de que bajo el sistema de jurados que priva en el país del norte un hombre que mate a batazos al Presidente de los Estados Unidos, tras lanzar la primera bola en la Serie Mundial de beisbol ante 50 mil espectadores, puede ser declarado inocente si tiene con qué pagar un buen abogado y cuenta con la simpatía de la televisión. Acá en México -otro ejemplo- sale libre Raúl Salinas de Gortari después de pasar 10 años en la cárcel acusado de un delito, el de homicidio, cuya comisión no se le pudo nunca demostrar. En su momento dije que las pruebas que se esgrimieron para encarcelar al hermano del ex Presidente no resistían el menor análisis jurídico. Carlos Salinas de Gortari recogió esa opinión mía en su farragoso libro de memorias. Alguien que disponga del tiempo necesario para leerlo (45 años) podrá encontrar la cita. La verdad es que el llamado "hermano incómodo" merecía sobradamente ir a la cárcel, pero por motivos distintos al que se adujo para meterlo ahí. Los franceses tienen mucho qué decir a este respecto. Don Quijote le aconsejó a su escudero cuando el buen Sancho iba al gobierno de su ínsula: "Si la vara de la justicia se dobla, que no sea bajo el peso de la dádiva, sino de la misericordia". Hago la cita de memoria. En estos procesos judiciales -el del americano exonerado sin razón y el del mexicano encarcelado por la razón equivocada- no fue el peso de la misericordia, ni de la dádiva, lo que hizo que se torciera la vara de la justicia: fue el grave peso de la estupidez humana, de la ceguera causada por la pasión política, en el caso de Salinas, o por la tortuosa habilidad de un defensor mañoso en el caso del hedentino cantante norteamericano. Y voy a cambiar de tema, porque ya estoy muy encaboronado... Fue un señor al pipisrúm de la cantina. Frente a uno de los mingitorios -este voquible ya se oye solamente en la jerga cantinera- vio a un pobre tipo que se angustiaba por las intensas ganas de hacer aguas menores. No las hacía, sin embargo, pues el infeliz tenía los brazos rígidos, como paralizados. "¡Qué bueno que llega usted, señor! -profiere el desdichado-. ¿No sería tan amable de ayudarme? Bájeme por favor el zipper de la bragueta". El hombre, algo desconcertado, pero compadecido, realizó aquella acción. "Ahora -siguió el otro- le suplico que saque lo que por mí mismo no puedo yo sacar, y sostenga por un momento lo que no puedo yo sostener". Quiso negarse el señor, pero sintió pena por el desventurado, y accedió también a aquella insólita demanda. Así ayudado el hombre hizo lo que había ido a hacer. "Gracias -suspira ya aliviado-. Un último favor: sea ahora tan gentil de dar las tres consabidas sacudiditas y volver todo a su estado original". Cumplió también el caballero esa solicitación, acabado lo cual le preguntó al sujeto: "¿Cómo fue que perdió usted el movimiento de los brazos, buen hombre?". "No lo perdí -responde el tipo-. Los puedo mover perfectamente. Pero le pedí que me ayudara en esto porque yo soy muy asqueroso"... FIN.

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