En un poblado del norte de Tamaulipas vivía un corridero, es decir un compositor de corridos. Allá en aquellos lares el corrido tiene una importancia semejante a la que tuvieron los cantares de gesta medievales. Cuando un bandolero cayó acribillado por las balas de la policía, y el que mandaba a los jenízaros se acercó a darle el tiro de gracia, el caído, con el último aliento de la voz, le suplicó a su victimario: "Jefe: le encargo que me hagan mi corrido". Y es que el corrido es una forma de inmortalidad. Pues bien: el corridero que dije se ganaba la vida haciendo corridos por encargo. Los delincuentes le pagaban buen dinero porque les escribiera la crónica rimada de sus desaforados hechos. Cierto día se presentó ante él un individuo y le pidió que le compusiera su corrido. Ofrecía generosa paga, y por adelantado. El corridero sacó una especie de machote o formulario, tomó un lápiz, mojó su punta en la de su lengua y empezó a interrogar al cliente. "¿Es usted narcotraficante?". "No". El corridero puso una tacha en su machote. "¿Es contrabandista?". "No". Nueva tacha en el formulario. "¿Es policía judicial, o practica alguna otra forma de delincuencia?". "Tampoco". Tercera tacha. "¿Ha matado a alguien?". "¡Dios me libre!". "Entonces -preguntó el hombre, receloso- ¿a qué se dedica usted?". Respondió el sujeto: "Tengo una camisería en Reynosa". Al oír aquello el corridero arrancó la hoja de su libreta, la arrugó en el puño y luego la tiró al cesto de la basura. "Qué corrido ni qué corrido, amigo -le dijo al individuo-. Usted no da ni pa? una pi... cumbia"... Este relato verdadero me inspira una sencilla reflexión: el 2 de julio de 2000 es una fecha importante en la moderna historia mexicana, pero el 2 de julio de 2005 no. En aquella fecha -la de hace cinco años- terminó la prolongada hegemonía del PRI, con su dominio absoluto sobre la vida nacional. La derrota del partido oficial se debió en buena parte a Vicente Fox, un candidato extraordinario, el único quizá que por su personalidad y estilo podía vencer a la poderosa maquinaria gobiernista. Lo que no consiguieron grandes mexicanos -González Luna, González Morfín, Manuel Clouthier-, porque las circunstancias no estaban aún maduras para el cambio, lo consiguió el guanajuatense. Desde ese punto de vista Fox tiene ya asegurado un sitio en los anales de este país. Pero la fecha de su victoria no es un fasto de la Patria. Es simplemente una fecha política que, aun con toda su significación, no es para celebrarse en la forma que Vicente Fox pretende. Fue él, desde luego, personaje principalísimo del acontecimiento. Su triunfo, sin embargo, no habría sido posible sin el concurso de los millones de mexicanos que le dieron su voto. Tampoco habría llegado Fox a la Presidencia de no haber sido por el patriótico valor con que Ernesto Zedillo enfrentó a su propio partido y se adelantó a cualquier intento de negar el triunfo de la oposición: reconoció el entonces Presidente el triunfo de Fox antes de que los priistas de viejo cuño pudieran organizar cualquier forma de resistencia. No exagere, pues, Vicente Fox la importancia de la fecha, ni quiera hacer de ella una celebración nacional. Festeje el Presidente el aniversario de su triunfo, que coincide con el de su nacimiento y el de su matrimonio, pero hágalo en familia y con amigos, sin participación del Ángel de la Independencia. Ciertamente su triunfo da para algo más que para una cumbia, pero no da para una fiesta nacional. Eso huele más bien a vano protagonismo, a tendenciosa acción electorera. Y cualquiera de las dos cosas está mal... FIN.