Terminada la cacería de la zorra llegó lord Feebledick a su casa y encontró a su mujer, lady Loosebloomers, en los membrudos brazos de Wellh Ung, el toroso mancebo encargado de la cría de faisanes. "Bloody be! -exclamó lord Feebledick, que conservaba los modos de jurar aprendidos en las campañas de Calcuta-. ¡Y además con un plebeyo!". "No del todo, milord -lo corrigió Wellh Ung-. Mi bisabuela fue hija natural del palafrenero del caballerango del montero del Canciller del Reino. Como usted verá, señor, no estoy aquí sin títulos. Honni soit qui mal y pense". "¡Calla, menguado! -profirió el esposo-. Eso en todo caso te daría derecho a unos cuantos tocamientos, mas no a la acción total. Te retendré la paga de este día. ¡Y tú, pecadora mesalina...!". "Gwangolyne -acotó lady Loosebloomers-. Mi nombre es Gwangolyne. Ni siquiera la exaltación propia del momento justifica el olvido de mi nombre. ¿De nada han servido veinte años de matrimonio?". Replica con enojo Feebledick: "¡No me interrumpas, que luego se me va la idea! Por respeto a los lazos que nos unen maté en mí al dragón de la lujuria. ¿Y tú distraes así a la servidumbre de sus obligaciones?". "En primer lugar -razona la señora-, ese dragón que dices no lo mataste tú: murió de muerte natural, por causa de la edad. En segundo, hoy es el día libre de este joven. No le podemos decir lo que puede o no puede hacer en sus descansos". Responde el marido: "De cualquier modo su conducta me parece inconveniente. Hablaré con el mayordomo a fin de que lo reprenda con severidad". "Está bien, milord -dice Wellh Ung-. ¿Puedo volver a lo que estaba haciendo?". "¡De ninguna manera, insolente! -se exalta Feebledick-. Y menos ahora, que estamos en temporada de incubación. No debes gastar tus fuerzas en otra actividad. Ea, ve a la taberna o a donde sea que acostumbres ir en tus asuetos. ¡Y no creas que las cosas van a quedar así!". "Ya sé que no, señor -acepta el mocetón-. Milady me pide siempre que cuando acabemos vuelva a tender la cama. Y lo hago gustosamente, aunque eso no me corresponde: es tarea de la doncella". "Reconozco esa muestra de buena voluntad -dice de mala gana lord Feebledick-. Pero no basta a disipar tu culpa. Repórtate mañana mismo con el mayordomo. Y en adelante no quiero verte por aquí". Le pregunta Wellh Ung a lady Loosebloomers: "¿Entonces dónde nos veremos la próxima vez, Bloomie?". "Ya se te avisará oportunamente -se adelanta a responder lord Feebledick-. Y ahora retírate". Toma en montón sus ropas el mancebo y sale del aposento, no sin antes volverse para hacer una reverencia a sus patrones. Todo podía olvidar aquel muchacho, menos el protocolo. A solas ya con su mujer dice lord Feebledick: "By Jove! ¡Cómo se han perdido las buenas costumbres entre la juventud!". Replica ella: "Es de los muchos males que nos han venido con el socialismo. Antes el adulterio era exclusivo de las clases nobles. Ahora ya cualquiera se siente con derecho a practicarlo. Quién sabe hasta dónde iremos a parar". La amonesta con suavidad lord Feebledick: "También a ti te toca algo de culpa, mujer. Siempre te he dicho que tratas con demasiada familiaridad al personal. En este caso quizá fuiste un poco lejos". "Tienes razón -reconoce milady-. Me dejé llevar por esa famosa democracia que predica mister Churchill. En adelante me constreñiré algo". "Mejor constriñe todo" -sugiere Feebledick. Y así diciendo fue a tomar su reconfortante baño de agua tibia... La escena que he descrito ilustra la indecencia de ciertas clases altas. El caso del señor Bejarano ilustra otra indecencia peor: la de la vida pública de un país que cada vez mira con mayor naturalidad las pillerías de los bribones... FIN.