Ayer se me vino el mundo encima, con todo y El Moquetito, Tamaulipas, porque dije que entre Madrazo y López Obrador aquel es el menor de dos males. Vehementes partidarios de don Andrés Manuel me aseguran que no, que el mal menor es el perredista. Unos alegan razones de estatura, otros de edad, pero todos afirman que Madrazo lo supera en peoría. Mañana razonaré los fundamentos de mi aseveración. Este día cedo el espacio de mi comentario a Pipo Lanarts. Escribe el reconocido crítico de espectáculos: "Beto Díaz, de Fresnillo, Zacatecas, acaba de cumplir 50 años como director de la Orquesta de la Provincia. Muchas generaciones han bailado a los compases de ese magnífico grupo musical, evocador de todas las nostalgias pero que no ha perdido modernidad ni boga. Beto Díaz es un taumaturgo de la música: cuando su orquesta rompe a tocar hasta los impedidos se levantan y bailan. Merece nuestro homenaje y nuestra gratitud esta hombre bueno, este notable artista, por haber puesto ayer música a nuestros amores y por ponerla hoy a nuestros recuerdos". Bellas palabras estas de Pipo Lanarts. Al transcribirlas expreso yo también mi felicitación y afecto a Beto Díaz... "Necessitas caret lege". La necesidad carece de ley. De ese proloquio derivó, por similitud en el sonido, la frase popular según la cual "La necesidad tiene cara de hereje". Deriva la sentencia de un apotegma jurídico enunciado por Publilio Siro: "Necessitas dat legem, non ipsa accipit". La necesidad impone la ley, no la recibe. Pues bien: Ovonio Grandbolier, el hombre más haragán de la comarca, llegó a verse en el último estado de la necesidad. Es fácil explicarse aquel extremo: jamás en su vida puso Ovonio en práctica la sapientísima enseñanza que propuso don Eugenio Garza Sada, quien en tres palabras postuló un modo de conducta que daría a quien lo siguiera los dones que derivan de una vida buena, incluída entre ellos la prosperidad. "Trabajo y ahorro" era la fórmula del ilustre regiomontano para llegar a tal ventura. No la aplicó Ovonio grandísimo holgazán. Trabajaba menos que la quijada de arriba, y un día se dio cuenta de que no tenía ni aun lo necesario para dar de comer a su esposa y sus pequeños hijos. Acompañado por su mujer, que iba como la Salve, gimiendo y llorando, salió a la calle en busca del remedio a su necesidad. Lo vio en la persona de un conocido que acertó a toparse por la calle. "Amigo mío -le espetó Ovonio sin siquiera saludarlo antes-. Préstame 100 pesos". "Iba a pedirte yo la misma cosa -se apresuró el amigo a contestar-. Ando a la cuarta pregunta". (La cuarta pregunta era una que hacía el párroco al novio que se iba a desposar. Le preguntaba si era católico, si no estaba casado, si tenía la edad canónica para contraer matrimonio y -la cuarta pregunta- si disponía de medios económicos para mantener una familia). "¡Por favor! -deprecó Ovonio-. ¡Mira que no tengo ni para comer hoy! ¡Préstame esos 100 pesos, te lo ruego!". "Ya te digo -repitió el amigo-. No dispongo de tal cantidad". "¡Por compasión! -gimió Grandbolier-. Mira: si me prestas ese dinero te consideraré un segundo padre". Y así diciendo hizo algo que tanto a su esposa como al otro dejó estupefactos: tomó la mano de su amigo y la besó con devoción filial. El hombre, abochornado y confuso, sacó prontamente la cartera y le entregó a Ovonio los 100 pesos. Ansiaba terminar cuanto antes aquel embarazoso trance. Tomó el dinero Ovonio y se deshizo en profusos agradecimientos. Cuando él y la señora siguieron su camino le dijo su mujer: "Estoy avergonzada, Ovonio. ¡Mira que besarle la mano a tu amigo para que te prestara ese dinero!". "¡Anda! -responde con ligereza Ovonio-. ¡Y no sabes lo que va a tener que besarme él para que yo le pague!"... FIN.