Víctor Viveros, ingeniosísimo colega, presidente de la agrupación que reúne a los periodistas y escritores colimenses, narra con galanura -y además en tercera dimensión- el cuento de aquel señor que fue con un sastre y le entregó una pieza de fino casimir a fin de que le confeccionara un traje. Le tomó las medidas el maistro cortador, y unas semanas después lo llamó por teléfono a su casa para avisarle que el traje estaba listo. Se lo probó el señor. El traje era un desastre: las perneras del pantalón le llegaban apenas al tobillo; una manga del saco le colgaba casi hasta tocar el suelo, en tanto que la otra ni siquiera alcanzaba a mal cubrirle el codo. "Oiga, maestro -le dice al alfayate-. Este traje está mal hecho. Mire qué mal me queda". "El traje está perfecto, caballero -contesta el ruin tijera-. El problema es de postura. Mire: levante usted el brazo izquierdo hacia adelante. Muy bien. Ahora encoja el izquierdo y llévelo hacia atrás. Perfecto. Ahora quiébrese usted por la cintura y doble las piernas abriéndolas un poco. Excelente. ¿Lo ve? Así las mangas del saco alcanzan su debida dimensión, y las perneras del pantalón le cubren ya lo necesario". No reclamó ya más el cliente, pues era hombre apocado, y procuraba siempre evitar las discusiones. Salió, pues, de la sastrería caminando en la postura que el cortador le había indicado: un brazo estirado hacia arriba y adelante; el otro doblado hacia atrás; el cuerpo encorvado, y con las piernas cuchas. Comparado con él Quasimodo estaba más derecho que un huso, y a su lado Rigoletto se habría visto tan pino como un asta de bandera. Así, todo deforme y contrahecho, iba por la calle el lacerado cuando lo vieron dos sujetos que pasaban. Le dice uno al otro, compasivo: "Pobre infeliz. Mira qué jodido está". "Sí -concede el otro-. Pero qué buen sastre tiene"... Así de mal urdida estuvo la decisión de la Suprema Corte en relación con el recurso de amparo que interpuso Jorge Castañeda contra el dictamen del Instituto Federal Electoral que le cerró la posibilidad de registrarse como candidato independiente en la elección presidencial. El criterio según el cual la única vía para impugnar las leyes electorales es la acción de inconstitucionalidad deja en estado de indefensión a los ciudadanos, pues tal acción sólo puede ser promovida por los partidos políticos, las minorías legislativas -que ciertamente no representan a los ciudadanos- y el Estado a través de la Procuraduría General de la República. Quiere esto decir que la Suprema Corte avala el inmoral monopolio que los partidos detentan sobre la vida pública de México. Ciertamente Jorge Castañeda no ganará nunca el concurso de Mister Simpatía. Es propietario del 90 por ciento del narcisismo que hay en el país (el otro 10 por ciento se lo reparten entes como Marcos, algunos futbolistas y ciertos galanes de la televisión). Sin embargo en este caso le asiste la razón, y Castañeda merece reconocimiento por el empeño con que ha defendido un derecho básico de los ciudadanos, derecho conculcado por leyes amañadas hechas en beneficio de esas grandes empresas, tan rentables, que son en México los partidos políticos. Es una pena que algunos ministros de la Corte, quizá para no indisponerse con los tales partidos, hayan echado mano a argumentos legaloides, especiosos y de pura forma, en vez de entrar al fondo de este asunto, que tarde o temprano tendrá que revisarse en bien de la honestidad política, de la justicia y del original espíritu de la Constitución... El nieto llegó a la casa de su abuelo. Llevaba consigo a su nuevo perro, un dálmata. Pregunta el anciano: "¿Y esas manchas que tiene tu perro? Parecen que le echaron lodo". Responde el muchacho: "Así es la raza, abuelo". Y dice el veterano meneando la cabeza con disgusto: "¡Ah raza méndiga!"... FIN.