Esta columnejilla empieza hoy con un cuento de cinco pores, o sea de los señalados con cinco equis, XXXXX, clasificación que corresponde a "Indecente, inconveniente, desaconsejable, prohibido por la moral y las buenas costumbres" en la hoja publicada todos los domingos por la Pía Sociedad de Sociedades Pías para calificar películas, publicaciones, programas de televisión y pensamientos. Las personas escrupulosas deben abstenerse de leer ese relato. Suspendan en este mismo punto la lectura y prosíganla donde dice: "Los asesinos de la esperanza", etcétera... Dos mujeres estaban intercambiando confidencias. Una era protestante; la otra católica. Dice la protestante: "Estoy en relaciones con un hombre casado, de mi iglesia. Nos encontramos una vez por semana en un motel. Yo lo abrazo... Él me abraza... Pero como nuestra iglesia nos prohíbe la fornicación entonces nos ponemos a cantar himnos protestantes". Dice la católica: "Yo también tengo relaciones con un hombre casado, de mi iglesia. Nos encontramos igualmente una vez por semana en un motel. Yo lo abrazo... Él me abraza... Pero como no sabemos himnos protestantes entonces nos ponemos a follar"... "Los asesinos de la esperanza". Así podríamos llamar hoy a los partidos políticos de México. El título es melodramático, lo reconozco sin ambages. Tengo proclividad al melodramatismo desde que a los 17 años de edad hice el papel de "Sombra que pasa" en la tragedia "La antorcha escondida", desaforado culebrón de don Gabriel D?Annunzio (1863-1938). Ese nombre, "Los asesinos de la esperanza", hace recordar el de aquellos intensos dramas con dos títulos que conmovieron a nuestras abuelas (nuestros abuelos estaban tratando de verle el tobillo a la damita joven): "La desgracia de una madre" o "El hijo del pecado"... "Mancha que limpia" o "Flor en el pantano"... "La jaula de la leona" o "Culpa que salva"... ¿Por qué llamo a los partidos "Los asesinos de la esperanza"? Peor se les podría llamar, naturalmente, pero los llamo así porque todos por igual están contribuyendo a que desaparezca en México la esperanza de una vida mejor, especialmente para los mexicanos pobres. Ningún partido mira al bien comunitario; todos ponen por encima de ese bien la conservación de las prebendas que derivan de una viciosa legislación electoral hecha por ellos mismos para favorecer sus intereses. Eso explica por qué los partidos minoritarios postulan a imperfectos desconocidos como candidatos, sólo para llenar el expediente y seguir percibiendo los suculentos gajes que reciben. Eso explica por qué el PRD y el PRI hacen a un lado valiosos elementos (los hay en las filas de ambos partidos) y nos ponen a escoger entre lo peor que tienen. Eso explica por qué el PAN hizo abandono de los principios y valores que alguna vez defendió el partido fundado por Manuel Gómez Morín y se dedicó, igual que los demás, a la mera búsqueda del poder por el poder mismo. Hay una crisis de partidos en México. A eso se debe en buena parte la crisis general que padecemos, incluida la crisis por la cual atraviesa la industria de las pepitas de calabaza en el país... Don Algón, salaz ejecutivo, ansiaba ganar los favores de su secretaria, pero la chica se mostraba esquiva, zahareña. Llevado por el arrebato de la concupiscencia le hizo una propuesta extrema: le daría 100 mil pesos si accedía a pasar con él un rato de solaz. Así logró llegar al anhelado fin. Acabado el trance de coición don Algón entregó el dinero. Ella empezó a llorar desconsoladamente. "¿Por qué lloras, linda? -pregunta inquieto don Algón-. ¿Ofendí tus sentimientos?". "No -responde la muchacha-. Lloro al pensar en todo lo que he dejado de ganar durante tanto tiempo por hacerlo gratis con el resto del personal de la oficina"... FIN.