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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Esta columnejilla empieza hoy con un relato que fue calificado por la Comisión Censoria como "El Chiste de Peor Gusto en lo que Va del Año". No me hago fuera de la razón, aunque jamás he estado dentro de ella: ciertamente ese chascarrillo es impropio para ser presentado en sociedad. Tanto el señor Carreño, espejo y dechado de la urbanidad, como la señora Vanderbilt, flor de la etiqueta, habrían fruncido el ceño -y quizá más- al leer este cuento de dudoso gusto. Si lo leen mis cuatro lectores será bajo su riesgo... Doña Pompilia, señora robusta y de frondoso tafanario, fue a una tienda donde vendían alfombras persas. Se inclinó para mirar de cerca la trama de una que el encargado le mostraba, y al hacerlo dejó escapar un ruido sospechoso. Lo oyó el empleado y dijo a la robusta dama: "Cuidado, señora. Si eso le sucedió al mirar la alfombra, quién sabe qué le pueda pasar cuando conozca el precio"... Uglicio, hombre feo pero con buenos ingresos, le propuso matrimonio a Rosilí. "Está bien -acepta ella-. Al cabo vas a estar en el trabajo la mayor parte del día"... Decía doña Frigidia: "Mi marido y yo tenemos perfecta compatibilidad sexual: él nunca puede, y yo jamás tengo ganas"... Libidiano, galán concupiscente, le propone a Susiflor: "¿Jugamos a las desapariciones?". "¿Cómo se juega eso? -pregunta ella. Le explica el ruin bellaco: "Vamos a mi departamento, hacemos el amor y luego te desapareces"... Mi periódico en Monterrey, EL NORTE, publica una noticia buena. Dice su encabezado: "Salen del clóset antros gay". El texto de la nota informa que quedaron atrás los tiempos en que los centros nocturnos para homosexuales eran lugares clandestinos que operaban en secreto y en un ambiente tal de temor que en algunos era necesario proporcionar un santo y seña o clave para poder entrar. Actualmente tales sitios cuentan entre su clientela a personas y parejas heterosexuales que sin problema alguno conviven con los usuales asistentes a esos lugares que antes se llamaban "gay" y ahora se llaman "mix". Me gusta esa palabra, "mix", que a más de la idea de mezcla implica también la de unión. Yo digo que todo el mundo debería ser "mix", no sólo en el sentido de sana y respetuosa convivencia entre las personas homosexuales y quienes tenemos preferencias heterosexuales, sino entre todos los seres humanos separados por diferencias de raza, cultura, origen, clase o religión. Si se aplicara ese concepto, "mix", convivirían desde el principio en las escuelas los niños y las niñas, como conviven en la vida, y no serían separados por sexo a causa de anticuados prejuicios o temores. Si todo el mundo fuera "mix" desaparecerían las desigualdades que todavía hay entre el hombre y la mujer; convivirían en paz israelíes y árabes; negros y blancos; cristianos, musulmanes y judíos; católicos y protestantes; en fin todos aquellos enfrentados entre sí por el odio, la intolerancia, el prejuicio, el miedo, los fanatismos o el rencor. Pienso que la idea de "mix", generosa a más de actual, encuadra en principios inmortales como "Amaos los unos a los otros" y "No hagas a otro lo que no quieras para ti", principios en que se basa la sana convivencia humana. Si ese concepto de unión reinara en todo el mundo se extendería sobre él un arco iris, en nuestro tiempo emblema colorido de las personas y los sitios gay, pero en todos los tiempos, y sobre todos los tiempos, símbolo -según el relato de la Biblia- de la paz que entre los hombres puso Dios. (Aquí se puede cantar "Over the rainbow")... FIN.

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